Es relativamente difícil explicar la evolución política del gobierno de transición, continuación del derrocado gobierno de Evo Morales. Se ha hecho algunos intentos al respecto, pero no son satisfactorios ni permiten la comprensión de la cuestión política actual del país, por lo que también resulta difícil su solución que, a lo más, debió haber durado tres o cuatro meses, pero se ha prolongado por más de medio año y tiene la perspectiva de hacerse indefinida.
¿Qué está pasando en la política nacional?
Partamos de los hechos ocurridos desde mediados del año pasado. El gobierno de Evo Morales realizó elecciones con ostentosas muestras de fraude que se fue preparando desde tiempo antes, más propiamente desde que un referéndum revocatorio, convocado por el mismo gobierno de Morales, dio por resultado que una reelección por cuarta vez no era aceptable. Pero el gobierno de Morales no aceptó la decisión popular y empezó diciendo que su derrota fue “mentira”, acudió a decir que la reelección era un “derecho humano”, hizo aprobar con el Tribunal Constitucional que la reelección era “legal” y también recurrió a organismos internacionales buscando apoyo para la múltiple reelección.
La repostulación de Evo Morales originó la protesta popular, pero la reelección siguió contra viento y marea, con costosísima propaganda, considerando que la publicidad determina la victoria electoral y no el apoyo popular.
Llegaron las elecciones y se descubrió el fraude electoral y para ello se recurrió a nuevas trampas. Se desconoció el triunfo electoral de la oposición con más del diez por ciento que obligaba a segunda vuelta o balotaje. Pero el gobierno de Morales no admitió la derrota y se dio por ganador. Sin embargo, el fraude electoral era innegable, lo cual exasperó a la población y se movilizó a lo ancho y largo del país en insurrección.
En esas circunstancias, se produjo el informe de la OEA que confirmó que en las elecciones se produjo gran fraude electoral. Esa declaración y el estado de irritación en que se encontraba la población hicieron que el pueblo saliese a las calles en franco levantamiento y estallaron grandes movimientos sociales que estuvieron a punto de llegar al nivel armado. En esas circunstancias, la Policía y el Ejército, al ver que el país se hallaba convulsionado, se pusieron al lado del pueblo y defenestraron en conjunto al gobierno de Morales.
Ante ese definitivo estado de cosas, el presidente Morales y su vicepresidente fugaron, pidieron un avión al presidente de México. Horas después, la nave llegó al Chapare y trasladó a los renunciantes al país azteca y junto a ellos a sus colaboradores íntimos. Lo primero que hizo el presidente depuesto fue afirmar que había sido víctima de un “golpe de Estado”, definición que contrastaba con la versión de que se trató de una insurrección, una rebelión popular, una revolución. Se creó un estado de confusión. ¿Qué ocurrió desde entonces?
Un enredo increíble. En primer lugar, el levantamiento popular fue tan grande que se convirtió en una insurrección que, con apoyo de la Policía y las Fuerzas Armadas, determinó la renuncia y fuga de Morales y Cía. Entonces, la insurrección victoriosa necesitaba su gobierno que la represente, un gobierno provisional que convoque a elecciones para una Asamblea Constituyente, dicte una nueva Constitución y realice tareas de urgencia.
Pero los indecisos jefes de los partidos no tomaron el gobierno y no organizaron una Junta provisional. Se replegaron a sus domicilios, lo que hizo decir al pueblo que habían matado al tigre y se habían corrido del cuero. Eso no fue golpe de Estado. Hubo, sí, una insurrección triunfante, pero ésta no instauró su propio gobierno, lo cual originó el vacío de poder.
Entonces, algunas personajes, instituciones extranjeras y nacionales y políticos ante esa situación dieron un golpe de Estado a la insurrección (no a Evo Morales, que ya estaba en México), y propusieron un gobierno que fuese elegido por el Parlamento en el cual tenía mayoría absoluta el partido defenestrado. Pese a que la insurrección también había hecho volar al Parlamento, éste se reunió y eligió presidente de Bolivia a la vicepresidente del Senado, Jeanine Áñez, en ausencia de los presidentes de las dos Cámaras. Así nació el Gobierno de Transición que debió limitar sus actividades a llamar a elecciones.
Es de anotar que el nuevo gobierno boliviano quedó formado por dos poderes: el de los golpistas de los partidos que aprovecharon la toma del Poder Ejecutivo, y el del partido derrocado, el MAS, que se hicieron “dueños” de los órganos Legislativo, Judicial y todas las entidades públicas. Un maridaje particular que, si bien, al principio pasó una luna de miel, de pronto resultaron enemigos que empezaron a jalarse de los pelos, cada uno por tener todos los poderes en una sola mano, algo ilógico porque no puede haber un gobierno bicéfalo.
Pero ahí no terminó el problema. El gobierno transicional se convirtió en Gobierno constitucional y la presidenta del Órgano Ejecutivo, Jeanine Áñez, contra todo lo que había prometido, se declaró candidata presidencial y llamó a elección en la cual ella sería la principal candidata. Es más, convirtió a su gestión en un tipo de gobierno electo, al margen de lo que establece un gobierno provisional, y más aún de lo que debía hacer una Junta provisional representante de la insurrección popular.
Pero como las cosas no están ocurriendo en forma normal, es posible que también esa variedad de gobiernos termine, como van las cosas, en otra nueva escalada y un círculo vicioso de nunca acabar.
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