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[Armando Mariaca]

El sufrimiento obliga a valorar y a tener conciencia de la vida


Con justa razón se sostiene que el hombre cuando cae se levanta y lo hace con prontitud, entereza y decisión porque está en él, en su espíritu indomable, el sentido de vencer desafíos, vicisitudes y peligros. Esta es realidad que en estos tiempos de ataques despiadados del coronavirus que pretende dominar las mentes y cuerpos del ser humano y que la humanidad, con estoicismo y coraje, se defiende e intenta dominar hasta vencer definitivamente así sea a costa de millones de víctimas. Lo ocurrido en algo más de cinco meses muestra situaciones diversas porque los ataques están dirigidos simultáneamente a casi todos los países del orbe, naciones decididas a vencer al desafío que, como otros en la historia, podrá alcanzar las cimas de la victoria para no quedar en las profundidades de la sima del fracaso que siempre cobra réditos que la humanidad no sobrelleva fácilmente, sino que supera con grandes esfuerzos y hasta sacrificios.

Generalmente, debido a la falibilidad humana, el hombre, ante los desafíos que debe enfrentar, se encuentra en caminos escabrosos que no siempre se atreve a encarar sea por cobardía o carencia de medios que le aseguren éxitos; pero, lo bueno es que sabe retomar lo que accidental o voluntariamente haya abandonado: valores, principios y energías para no retroceder ni dejar que las debilidades tuercen los buenos propósitos; es entonces cuando toman cuerpo los buenos propósitos y las mejores intenciones: Todo este conjunto de iniciativas positivas fortifican el espíritu para conseguir resultados halagüeños que satisfagan las inquietudes.

Los padecimientos sufridos en algo más de cinco meses se habrían trocado en fortalezas que hagan inexpugnables los propósitos de ganar, de vencer, de superar todo lo que se presente débil y deleznable. El ser humano está provisto generalmente de condiciones espirituales capaces de aminorar los efectos más drásticos de cualquier desgracia, consciente de que sólo una voluntad férrea es capaz de enfrentar hasta lo inexpugnable, fuerte y pertinazmente difícil; pero, al margen de esa voluntad, existe la convicción de que Dios, el Supremo Hacedor, es el compañero ideal de la vida que socorre tanto cuanto más se lo necesita pese a que seguramente Él mismo, misericordioso, permite que los caminos estén tachonados de abrojos y dificultades capaces de ser despejados por la voluntad humana.

Lo importante es que la esperanza se convierte en certeza para vencer –en este caso al virus– que, a toda costa, parece munido del propósito de vencer y cobrar más víctimas. La esperanza permite abrigar propósitos irreductibles que, con certezas plenas, harán ciertos los triunfos sobre desafíos que se presentan difíciles e irreductibles. Esas esperanzas catapultadas por sanos propósitos, serán capaces de derribar los muros de intransigencias y carencia de condiciones de quienes se sienten cobardes y no acatan disposiciones que les hubiese permitido ganar batallas contra el enemigo común; esos renuentes a cumplir disposiciones legales y convenientes para la salud son los culpables para que el virus logre aumentar en su favor la cantidad de víctimas que, más temprano que tarde, se han convertido en fortalezas de esperanza para los que creen y tienen fe en los destinos de la humanidad que no son otros que los asignados por Dios en favor de todos los hombres.

La pandemia ocasionada por el virus, tal vez sin proponérselo, ha servido para fortalecer los espíritus y hacer que los hombres de todo el orbe adquieran conciencia de su realidad y hayan aprendido de las experiencias sufridas, hayan encontrado que las virtudes de solidaridad, amor y comprensión a sus semejantes debe ser conducta de todos y en todo momento porque solamente así será posible consolidar, debida y grandemente, todo lo bueno que alberga el alma humana que, a su vez, puede determinar cambios en conductas futuras sobre bases que sustenten virtudes que se hagan valores y principios para desterrar todo lo negativo y malo que haya rebajado las condiciones de vida de la humanidad hasta el extremo de sumirlo en enfrentamientos, guerras y desencuentros de toda clase que han causado muchos virus y pandemias que tuvo que superar a costa de grandes sacrificios con millones de víctimas que sólo han sido propicias para los elementos del mal.

 
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