Fue un militar, de acendrado patriotismo y elevado sentimiento nacionalista, quien posibilitó en Bolivia el retorno del sistema de libertades. Lo hizo despojándose de los símbolos presidenciales, ante el Congreso Nacional, hace más o menos treinta y ocho años.
He ahí un hito histórico, que habría que honrarlo. Dejar de lado, en consecuencia, las actitudes antimilitaristas, que agravian la imagen, el honor y la credibilidad, de la institución armada. Actitudes antimilitaristas, de confrontación innecesaria, que ya fueron superadas, a estas alturas de la vida democrática. Y hablar de golpes de Estado, en la actualidad, es un tremendo despropósito.
Desde entonces se impuso el espíritu democrático entre los bolivianos y, particularmente, entre los uniformados. Y se ha extirpado, en ese marco, toda tendencia, decisión e inquietud, de índole dictatorial. Prueba de ello es noviembre del 2019, cuando se dio fin a catorce años de autoritarismo. E inmediatamente, mediante una sucesión constitucional, se retomó el camino del encauzamiento democrático, con elecciones a la vista, pese al maldito virus chino, que azota el país.
Y acá no vengan con el cuento que la Democracia fue coartada por una acción militar. La Democracia continúa y continuará como reflejo de la convivencia pacífica. El vandalismo y el terrorismo no coinciden con ella. Acá no se acabó la Democracia ni se trata de recuperarla.
Hemos asistido, eufóricos como tantos otros bolivianos, al significativo acto de recuperación de la Democracia, o el retorno del civilismo al Poder, en fecha diez de octubre de 1982. Lo hicimos con la fe puesta en Dios, en Bolivia y en sus instituciones más representativas. Elevando el tono de la voz, porque, con el retorno de ella, las condiciones políticas, eran otras. Pensando que con su presencia se lograría construir una sociedad libre de sobresaltos, en consonancia con sus más sublimes principios, con miras a un futuro mejor. Con crecimiento y desarrollo, que contribuirían, en un país con grandes desigualdades, a mejorar las condiciones de vida de los menos favorecidos. Que eran, obviamente, los más, de una población nacional, que sobrepasaba los cuatro millones de habitantes.
Seguimos soñando, no obstante la adversidad que representa el coronavirus, con una Democracia sólida, que promueva la inclusión social y el pluralismo político, en el tiempo y espacio. Que se constituya en el referente y prototipo para los que vienen detrás de nosotros.
En el entendido que ella no es propiedad de ningún grupo social, gremial o político. La recuperación de ese sistema político es obra del esfuerzo de la ciudadanía. Ella lo sustentará y resguardará, en los momentos más difíciles. “La suerte está echada”, por cierto.
En suma: las majaderías de algunos políticos, angurrientos de Poder, deberían ser desechadas, en absoluto, por la salud de la Democracia.
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