El coronavirus nos dejó en la lona, con el Jesús en la boca. En consecuencia: ha restringido nuestros ingresos, ha limitado nuestros movimientos, ha elevado el índice del desempleo y profundizado las necesidades más elementales. La desigualdad, día que pasa, se ensancha, evitando la construcción, de una sociedad equilibrada. Y se advierte una mayor pobreza.
Vivimos solamente para contar el número de casos, de muertos e incinerados, por causa de la maldita pandemia que recorre el mundo, sembrando cruces. Estamos preocupados, en ese marco, por preservar la vida y la salud, con medidas de bioseguridad. Pero no faltan los angurrientos de Poder, o quienes están acostumbrados a succionar lo poco que tiene la Madre Patria, que ignorando a propósito aquella crisis sanitaria, exigen elecciones, inmediatas. Posiblemente cumplen instrucciones o la desesperación hizo presa de ellos.
El hambre que el pueblo boliviano ha heredado de un régimen autoritario de reciente data tiende a profundizarse, no por culpa del gobierno constitucional, sino del virus de origen chino. Y porque en catorce años nada efectivo se hizo para reducirlo y se prefirió erigir elefantes blancos o canchitas por doquier.
La canasta familiar, como bien reitera la memoria popular, siempre estuvo vacía, no sólo en tiempos de coronavirus, sino durante el reinado azul que pasó a la historia, estigmatizado por el fraude electoral del 20 de octubre de 2019. Para el ministro de Economía de entonces, Luis Arce Catacora, la suma de cien bolivianos, bastaba y sobraba para llenar la canasta familiar.
¿A quién no le falta el dinero en estos días? A todos. O sea a una población de once millones de habitantes, entre hombres y mujeres, entre mayores y jóvenes. Con excepción, obviamente, de aquellos zánganos que se enriquecen con la economía del Estado, en las diferentes instancias de la administración pública. Éstos tienen la barriga satisfecha y el corazón contento. Y se mueven como peces en el agua.
En este contexto el bono, sea cual fuere su denominativo, fue recibido como una bendición del cielo, por la población que supo sobrellevar, con serenidad y fortaleza, el confinamiento, en los hogares. Su distribución ha enriquecido, indudablemente, la política social del gobierno constitucional que hizo posible esa ayuda, en momentos decisivos de la vida nacional.
El bono ha permitido mitigar las necesidades del momento. Es circunstancial e insignificante, para algunos, pero que ayuda a llenar la canasta familiar. Lo elemental, por cierto. A recuperar, asimismo, la sonrisa y las ganas de vivir, entre los más desprotegidos.
Sería interesante que el gobierno constitucional, con esas actitudes de marcado altruismo, sea retribuido con el cariño ciudadano, ante el rechazo de grupos radicales. Y ciertamente que “nadie es monedita de oro”.
Ejercer la responsabilidad gubernamental, en una coyuntura de crisis política, económica y sanitaria, debe ser difícil y angustiante. Particularmente para una dama que timonea la nave del Estado. Un hecho inédito.
En suma: adelante con los bonos. No hay orden para aflojar, ante el coronavirus.
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