Manifiesta indisciplina social en la pandemia

La falta de disciplina social complica más la pandemia viral que vivimos como un reflejo y reiteración de la desobediencia a las normas sociales referidas a una convivencia aceptable. Mucho de este fenómeno deviene de una especie de inadaptabilidad al medio urbano, que en buena medida porta consigo la emigración campo-ciudad. Viene a ser la falta de socialización como la denominan los sociólogos. La socialización consiste en un tipo de actuación o procedimiento “mediante el cual (el individuo) aprende las normas de una sociedad dada o grupo social de modo que pueda funcionar dentro de él”. Esas normas están predeterminadas de antemano (no es la normativa jurídica propiamente tal, aunque sí parcialmente vinculada).

No obstante hay que distinguir al campesino puro, por decirlo así, del “campesino de ciudad”. Muchos factores lo desnaturalizan de su cultura originaria de bien, en contacto con el ambiente urbano y también lo convierten en materia disponible para objetivos y fines non sanctos utilitarios, pero al mismo tiempo de ajeno interés. La socialización ausente en estos segmentos constituye una subcultura, al menos en ciudades como La Paz, siendo un determinante de la inexistente sinergia social y un obstáculo difícil de vencer.

Esta cuestión fáctica tiene que ver con la urbanidad, entendiéndola como el hábito de comportamiento correcto en medio de la civilidad, es decir el cuidado de no chocar con las costumbres citadinas, bien entendidas. Lo anterior no excluye el proceder defectuoso o francamente antisocial --no en su sentido precisamente delincuencial-- de algunos grupos propios de las ciudades que también significan un mal ejemplo para el inmigrante.

Lo anterior explicita que nuestro medio carezca del comportamiento social disciplinado deseable. En grado elevado la indisciplina de la que estamos dando testimonio en la emergencia sanitaria es una carga compañera del colectivo citadino, si bien en unos sectores más que en otros. Esta situación en el estado de pandemia se extiende desde el extremo de negar su evidencia hasta las actitudes desafiantes al contagio y a todo temor natural a contraerlo, no por propia convicción sino por servilismo a la consigna política. Sin duda este desparpajo está cobrando la vida de muchos de estos desaprensivos, pero ni tan triste subida frena las algaradas y marchas de carácter político y menos a quienes las instan y convocan. Este correlato inadecuado corre parejo con los bloqueos de caminos y las consabidas “huelgas indefinidas”, poniendo de nuevo en peligro la paz social. Otra forma desobediente a las recomendaciones sanitarias es no usar tapabocas, no guardar la distancia social, etc.

Lo más truculento del cuadro es que en esta cuarentena a intervalos, se ha incrementado el vergonzante peso social de los feminicidios e infanticidios con escenas de crueldad y vesania increíbles. De casi la totalidad de esta criminalidad es responsable el alcoholismo que protagonizan amplios sectores, consumo alcohólico en muchos casos en pareja. Pareciera que no se encuentra otra manera de ocio que la embriaguez con sus fatales consecuencias.

Resulta por demás abundante señalar que no hay concentraciones sociales promovidas y presionadas por motivaciones políticas a ultranza en tan comprometida emergencia que no deriven en actos delincuenciales y antisociales de clara inadaptabilidad social, con ataques a médicos, sanitarios, ambulancias, a periodistas y destrucción de infraestructura de la propia utilidad de sus actores y autores. Nos privamos por ahora de agregar un extenso y largo etcétera.

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