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Jugar a los dados con la propia vida

Ernesto Bascopé Guzmán

Hay loterías que nadie en sus cabales quiere ganar. Por ejemplo, entre otras, está la lotería de sufrir un accidente de tránsito. Es por ello que cuando alguien razonable conduce, se coloca el cinturón de seguridad y evita consumir alcohol. Una persona sensata comprende que de esa manera reduce las probabilidades de morir en un choque o, quizás peor, matar a un inocente por imprudencia o descuido.

Entonces, no es el miedo a la sanción el que lleva a la mayoría a adoptar comportamientos responsables ante el peligro. Se trata simple y llanamente de sentido común y de instinto de supervivencia.

Podemos constatar la veracidad de esta afirmación al observar la conducta de los ciudadanos frente a la epidemia. La inmensa mayoría intenta seguir las recomendaciones médicas de la mejor manera posible, usando barbijos, lavándose las manos y reduciendo al mínimo posible toda interacción social. Los bolivianos quieren vivir y evitar una enfermedad que puede destruir sus vidas o endeudar a sus familias durante años.

Lamentablemente, este respeto a normas perfectamente razonables no es universal. En Bolivia, existe una minoría que ha decidido jugar a los dados con su propia vida. Hablamos de quienes han optado por marchar, con violencia, bloquear carreteras y amenazar de muerte a quienes no sigan su ideología. Se trata, evidentemente, de los seguidores, confesos o encubiertos, del partido del fraude.

¿Por qué arriesgan su vida de esta manera? La respuesta no tiene que ver, por supuesto, con la nostalgia o agradecimiento hacia el régimen pasado y su caudillo, que poco o nada hicieron por los más pobres de este país y que, para nuestra desgracia, nos dejaron desarmados frente a la emergencia sanitaria.

Es cierto que algunos defensores del partido del fraude tienen mucho que ganar si retornan al poder. Así, por ejemplo, sus intelectuales, mercenarios fieles, obtendrán nuevos cargos y prebendas en caso de victoria, en tanto que los dirigentes sindicales volverán a recibir un trato privilegiado por sus servicios. Sin embargo, como siempre sucede con los regímenes de este tipo, la mayoría no recibirá más que migajas y promesas que nunca se cumplen. ¿Cómo explicar entonces el aparente deseo de morir entre los militantes de base del partido del fraude?

No es agradecimiento ni convicción. Tampoco es cuestión de ideales. La triste realidad es que muchos marchan y bloquean por temor.

Los sindicatos y movimientos sociales bolivianos se dicen inclusivos y democráticos. No obstante, sus prácticas y lógica interna distan mucho de estos principios. Lo cierto es que dichos grupos están dirigidos por pequeñas aristocracias, enemigas del disenso y de la reflexión autónoma. Así, es muy poco probable que un miembro ordinario se atreva a desobedecer las instrucciones de la cúpula dirigente. Las sanciones a cualquier acto de indisciplina pueden ser muy costosas para un individuo, en términos monetarios e incluso personales.

Se comprende entonces por qué tantas personas juegan a esta lotería mortal con el coronavirus. Es un pobre consuelo, pero con la enfermedad tienen al menos una chance de no contagiarse y de sobrevivir. En cambio, el hecho de desobedecer las órdenes emitidas desde Buenos Aires, así sea para proteger la propia vida, garantiza un castigo severo, violento e inmediato.

Muchos ingenuos siguen idealizando a estas organizaciones. Quizás los mueve cierto sentimentalismo o la creencia, infundada, de que se trata de defensores de la democracia y de los sectores populares. Y puede que haya sido cierto hace cuarenta años, bajo las dictaduras y durante la transición democrática. Hoy, sin embargo, luego de catorce años de corrupción y envilecimiento político, estamos frente a verdaderos grupos mafiosos.

La sociedad boliviana tiene la obligación de movilizarse para acabar con el dominio autoritario de estos grupos. Es una cuestión de supervivencia, naturalmente, pues nuestra democracia nunca estará segura mientras esas mafias sigan interviniendo en la vida política. Sin embargo, se trata esencialmente de una cuestión moral: es intolerable que tantos compatriotas sean rehenes e incluso vasallos de cúpulas sindicales corruptas e inmorales. ¿Hasta cuándo lo permitiremos?

El autor es politólogo.

 
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