Contra viento y marea
Cuando había transcurrido el primer decenio del gobierno de Evo Morales, ya se percibía una gestión pútrida que había enterrado cualquier posibilidad exitosa de disenso, sobre todo si hablamos en el principal foro de debate político que nuestro sistema constitucional prevé. Pero no vaya a creerse que entre su primera elección --única absolutamente incuestionable-- y hasta el final de su segundo mandato, el manejo del Estado y las políticas implementadas en diferentes áreas fueron prístinas en el primer caso o siempre de conveniencia para el país, en el segundo.
Puede no gustar la percepción de que la realidad factual de los gobiernos que le antecedieron, fue la que fertilizó el terreno para que un gobierno de esperanza abrumadora, haya rebasado casi inmediatamente todos los límites entre la auténtica democracia basada en el equilibrio y equidistancia entre los poderes del Estado con prácticas más o menos autoritarias en principio y dictatoriales enseguida. A quienes el término último les parezca excesivo, déjenme recordarles que todo gobierno que ejerce el poder al margen de la Constitución, es un gobierno de dictadura.
Pero vuelvo a las consideraciones anteriores. La llegada de un líder de las características de Evo, con una estructura fuerte, en principio de ascendencia indígena, para luego trocar por un marxismo pagano, es el resultado de los corruptos e ineficaces gobiernos de Banzer, Paz Zamora y Sánchez de Lozada, en que sus componendas, que no es lo mismo que promover constructivos consensos programáticos y de principios, han constituido la alborada de los rodillos parlamentarios que el MAS ha llevado a extremos inauditos, desairando las aspiraciones de un estamento que fue su base electoral y ampliando el lumpen de la teoría marxista.
La actual Constitución Política del Estado --respecto a la que no me va a alcanzar la vida para entender por qué rayos sus promotores y aún muchos opositores al MAS que fueron parte de la viciada Constituyente la califican como un instrumento vanguardista-- no pasa de ser un cúmulo de disposiciones inconexas, atentatorias contra los principios generales del derecho constitucional, doctrinalmente extraña a nuestra idiosincrasia, sintácticamente vergonzosa y demoledora de las reglas del idioma.
Los Códigos sustantivos y procedimentales que se ha promulgado en el anterior régimen para su aplicación en la jurisdicción ordinaria, son instrumentos perniciosos para una justicia sobre la que nos contaron el cuento de que iba a ser expedita, agravado por jueces electos por voto universal y humillantes porcentajes, resultantes de una preselección cuyo mérito único era erguir el puño izquierdo en alto y la mano diestra sobre el corazón.
Algunos artesanos de la política creen que obtener en justas electorales dos tercios o más de la representación parlamentaria es democrático; pues bien, sí y no, porque visto que la democracia no es el sistema perfecto, como bien sostienen los clásicos, el hombre no ha hallado mejor forma de ser gobernado. Los pesos y contrapesos son inmanentes al control del Estado. La historia de Bolivia ha comprobado que las arrolladoras mayorías parlamentarias son el opio de la verdadera democracia, que en el caso de los dos últimos parlamentos (incluida la actual Asamblea Legislativa) han venido haciendo escarnio de la instancia democrática por antonomasia; en ella reside la confrontación de ideas. Ese emblema del pluralismo que debería ser la catedral del debate, en los últimos años se ha convertido en el templo de la arbitrariedad.
Leyes que se ajustan a los intereses de quienes controlan la Asamblea y son azote para las instituciones, como la Ley de Regulación de Estados de Excepción; las que clama el pueblo para afrontar la pandemia pero que el rodillo parlamentario no tiene interés en deferir. Esos son resultados de las desmesuradas mayorías, cuyas extralimitaciones de gravísimas consecuencias, ciñéndonos a los últimos años, el país paga en todos los órdenes.
Dos tercios; nunca más.
El autor es jurista y escritor.
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