Somos responsables unos de otros porque nos sabemos obligados por lazos de reconocimiento mutuo. Estos lazos nacen de un vínculo entre las personas y son superiores a los del frío deber. Esa es la auténtica solidaridad, hacer propios las necesidades y los goces ajenos. Es la clave de nuestra concepción de la vida y de la actitud que debe informar nuestra conducta.
Pero el concepto de desarrollo ha sido manipulado al servicio de intereses que en bastantes casos han hecho de la cooperación para el desarrollo un nuevo colonialismo, asimilable a la esclavitud o a la guerra. Peor que el de los estados del Norte sobre el Sur, porque aquéllos aún se ocupaban de algunas actividades sociales, pero los intereses de los grandes capitales son ciegos, ocultos e insaciables, llegando a actuar como auténticos terroristas, inhumanos por despiadados.
El premio Nobel de Economía, Amartya Sen, afirma que el desarrollo humano consiste en un proceso de expansión de las libertades reales de los individuos, de tal manera que cada ser humano esté en disposición de poder desarrollar todo su potencial como persona, de poder poner en práctica sus capacidades.
Frente a las concepciones utilitaristas y economicistas, que asimilan el desarrollo con el crecimiento económico, el desarrollo humano sostenible (DHS) pone el acento en otras dimensiones que se suele olvidar. Es tremendo el disparate de tratarnos como recursos humanos y naturales para ser explotados con el fin de obtener los mayores beneficios. Esta es la lógica del mercado: cuanto más, mejor; en lugar de cuanto mejor, más. El concepto de desarrollo humano sostenible debería incluir un componente económico que trate la creación de una riqueza auténtica y mejores condiciones de vida material, equitativamente distribuidas; un ingrediente social medido en términos de salud, educación, vivienda y empleo; una dimensión política que abarque valores como los derechos humanos, la libertad política, la emancipación legal de la persona y la democracia representativa; un elemento cultural que reconozca el hecho de que las culturas confieren identidad y autoestima a las personas; un medio ambiente sano y el paradigma de la vida plena, referido a los sistemas y creencias simbólicas en cuanto al significado último de la vida, la historia, la realidad cósmica y las posibilidades de trascendencia.
Con esta dimensión social del desarrollo estamos de acuerdo siempre que se atenga a las cuatro normas también básicas para nosotros: que sea endógeno, sostenible, equilibrado y global. De ahí que la actividad de una organización social humanitaria sea inconcebible sin una ética, como saber qué nos orienta para tomar decisiones justas y equitativas.
La ética del desarrollo se pregunta, ¿qué entendemos por desarrollo? Si es crecimiento económico eso es un modelo de desarrollo economicista y corre el peligro de confundir medios con los fines del desarrollo.
Éste tiene unos bienes internos que se manifiestan en reconocer que no se pueden imponer a otras formas de vida que consideremos buenas para nosotros. No es legítimo porque el desarrollo es una actividad que tiene que satisfacer exigencias básicas de justicia para desarrollar planes de vida dignos.
Hay que humanizar el trabajo, reconocer el valor de cada persona para aumentar su autoestima, su esperanza y los medios de vida necesarios. No podemos considerar mejores nuestros valores, en lugar de dialogar y de aprender de las tradiciones de otras culturas que nos pueden enriquecer y mejorar nuestra relación interpersonal. No podemos olvidar que cada uno nos hacemos personas porque otros nos reconocieron como tales. ¿Qué sería el uno si no fuera por el dos? ¿Qué sería de mí sino fuera por ti?
Algunas personas parecen temer a las obligaciones que confunden con los deberes, que son impuestos. Obligación proviene de ob-ligatio, cuando uno descubre que tiene un vínculo con otra persona. Cuando reconocemos el vínculo con otras personas nos sentimos obligados porque ese sentimiento brota del corazón, no hay que forzarlo. La auténtica felicidad y no el bienestar efímero de la epidermis, no se logra sino por el descubrimiento de la obligación que tenemos con otras personas.
Nuestra responsabilidad no surge de firmar contratos sino de responder por otro porque uno ha descubierto el vínculo que nos une y que origina una obligación solidaria. La clave de la vida social y de los derechos humanos es el reconocimiento de que los otros también tienen esos derechos morales que anteceden a cualquier legitimación jurídica. Si tenemos un vínculo entre los humanos, tenemos que recuperar el mutuo reconocimiento y no temer a las obligaciones que, en su ámbito, también tenemos con los animales y con el medio ambiente pues, al fin y al cabo, formamos parte del universo.
El autor es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Fundador de Solidarios para el desarrollo.
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