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[E. Gerardo Mallea]

Crónicas del kolla

Bolivia se nos muere


El tremendo cuadro trágico que vemos en el mapa boliviano nos lleva a repetir la frase ya mítica de uno de los más prominentes políticos de la historia nuestra: “Bolivia se nos muere”.

El cuadro clínico es superlativamente angustioso, el desangre es profuso y la letalidad del virus infernal se multiplica exponencialmente. Bajo ese panorama ensombrecido por el dolor; Bolivia agoniza y parecería que no le importara a ninguno de los actores principales esta situación. Por un lado, la miserable y criminal acción del MAS IPSP alentando el caos, sumergiéndonos en un maremágnum anárquico y perverso y, por otro, la inercia de un gobierno carente de autoridad, permisivo y anecdóticamente con una gran vocación electoral.

Esa es la triste realidad. Son inútiles las exigencias y los llamados a la sensatez. Nunca se hizo la razón, nunca se hizo el consenso; el pueblo --el verdadero, el real, el genuino-- transita en charcos putrefactos, abandonado a su orfandad. Ese pueblo que llora por sus muertos, mientras la jarana política festeja sus lauros, el mismo que arrastra su tristeza insomne en los hospitales a la espera del salvador oxígeno que nunca llega. Se prioriza los desaires políticos y se culpan mutuamente y parecería que en su accionar se banaliza la tragedia de la vida humana. ¿Poco importa nuestro dolor? El país se nos está muriendo, señores, ¡Bolivia agoniza! El grito resuena hueco para luego sin respuesta disiparse en la bruma del desinterés.

El circo de las pasiones políticas escribe titulares y resalta portales virtuales. El enjoyado y enriquecido caudillo se envanece en sus delirios de poder y su desquiciado plan extiende sus ponzoñosas garras sobre un pueblo cuyo único pecado ha sido pretender vivir en democracia. Y es la COB la que irónicamente y con alevosía desmedida clava el puñal en la población más vulnerable, obligándola a someterse a una huelga general y desatando una serie de bloqueos convulsos en el territorio nacional. Una COB que ha vendido su jerarquía y dignidad por un plato de lentejas.

Exaltados discursos sin razón, carentes de verdad, son el acicate para una población rural que enfervorizada toma las calles y las carreteras. Personas de humilde condición, enceguecidas por unos miserables centavos asaltan camiones con alimentos, atentan contra la vida de quien se pone enfrente de ellos, destruyen, suscitan caos, apedrean ambulancias, generan miedo y terror. Individuos de escasa formación, provenientes de los estratos sociales más deprimidos, son marionetas de una siniestra mano cuyo único interés es enriquecimiento y poder; personas que han sido utilizadas como carne de cañón antaño y que hoy continúan siéndolo y, lo más abominable, son títeres de quienes sostienen defenderlos.

¡Triste realidad nuestra!

Una forma circunscribe el caos, una estructura de masa amorfa de la que ya había advertido José Ortega y Gasset; la masificación y el colectivismo, un arma utilizada por el nuevo socialismo, de tremendo poder adormecedor y a la vez alcaloide que estimula el sentimiento cultural y desborda el contenido racismo, llevándolo al más alto teatro del paroxismo nacional. ¿Qué hay detrás de estos seres? ¿Qué siniestros pensamientos albergan sus mentes perversas?

“Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse” (Ortega y Gasset), una reflexión que nos pone a pensar en la crueldad, la miseria y el odio que pueden hacer que el ser humano cometa actos en contra de su propia naturaleza, volviéndose inhumano. El MAS ha logrado deconstruir una identidad cultural originaria humana y construir otra inhumana a partir de sus nefastos intereses. ¡Hemos sido vilmente engañados!

“Tengo un puñal en el alma, si me lo dejo me muero; si me lo quito me mato”, exclama una canción popular; es el sentimiento de muchos bolivianos, quienes llevamos un puñal asestado lentamente en 14 años y que ha envenenado nuestras almas, es el amor que sentimos por Bolivia y su gente, pero que también es la herida que resiente nuestro espíritu. Un puñal que nos ahoga en tristeza, dolor y rabia; que no evita nuestros pasos en la zozobra; que nos sumerge en la soledad impía de la angustia, mientras Bolivia languidece con espasmos crueles y el rigor mortis asoma lentamente.

Madrid, España.

 
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