Desde la tierra
Los ojos del bebecito miran al horizonte. No entiendo, parece decir. La mano del pediatra protege su cabecita. Tiene pocas horas de nacido, pero su piel está tan arrugada como la de un anciano. Deshidratado, recibe ansioso un soplo que intenta animarlo. Sólo sus ojos vivarachos muestran que sigue vivo.
¿Qué mira? ¿Nos mira? Mira a las madres, a las enfermeras, a las doctoras, a las religiosas. Quizá mira esperanzado a Nadia Alejandra Cruz Tarifa, nacida el mismo año del ingreso a la democracia boliviana. Quizá ella, mujer, madre, alteña, Defensora del Pueblo, podría ayudarlo. Quizá podría pedir a su líder Evo Morales, a sus candidatos Luis Arce Catacora y David Choquehuanca, que levanten los cercos malvados.
Quizá podría facilitar que llegue oxígeno al Hospital de la Mujer. Sólo quedan doce horas, número cabalístico, medio día, media noche, hasta el amanecer. Dentro de poco él morirá, o quedará ciego, o será otro discapacitado.
Nadia Alejandra Cruz Tarifa no contesta. No aparece. No visita los hospitales bolivianos colapsados por la falta de oxígeno y de otros medicamentos de urgencia para atender la pandemia del Coronavirus que afecta a 90 mil personas.
Nadia no se siente madre de los niños asfixiados en el nosocomio paceño, donde el número de partos se ha quintuplicado desde marzo de 2020 porque es casi el único centro de salud reservado para atender la llegada de los nuevos patriotas.
Acaban de anunciar la muerte de tres chiquitos en el Hospital del Niño. ¿Qué estará pasando en otras ciudades, en las provincias? El doctor Hugo Tejerina clama compasión a los grupos de choque del Movimiento Al socialismo (MAS). Dejen pasar las cisternas con oxígeno, dejen pasar las camionetas de la Cruz Roja, les ruega.
Nadia está ocupada con otros llamados. Como el 25 de noviembre de 2019, cuando fue a consolar a los cocaleros en el Chapare por la huida del Jefazo: “la Defensoría para lo único que está es para garantizar sus derechos, para protegerlos, para reclamar y así nos cueste a nosotros lo vamos a hacer. Hermanos y hermanas, ni olvido, ni perdón”.
Esas mismas turbas que la aplaudieron, la abrazaron y que hoy armadas, alcoholizadas, siembran el terror en las carreteras nacionales, principalmente en las encrucijadas del circuito coca cocaína donde no hay estado.
Protegidos por la Defensora y por otros adláteres de los derechos humanos de los violentos, un grupo entra con machetes y hondas para atacar a las enfermeras y a los ancianos con Covid 19 en Samaipata. Evo cumple, también Santa Cruz está sitiada.
Nadia calla, mientras en Tiraque destruyen ambulancias. Evo cumple. En Cochabamba sentirán el rigor de sus amenazas. Él enseñó cómo cercar para dejar sin comer a los urbanos; ahora, para dejar sin salud a los contagiados. Desde Entre Ríos a Yapacaní han alambrado puentes para que ningún camión con auxilios sanitarios llegue al hospital más cercano, ni a Oruro ni al centro hospitalario en Miraflores. Los médicos son considerados adversarios.
La Defensora no aparece en su barrio para decirles a los jóvenes que no flagelen a los trabajadores en salud. Luis Revilla denunció: “En el Hospital de la Mujer, 28 recién nacidos en riesgo de perder la vida por falta de oxígeno. En qué cabeza cabe este bloqueo absurdo e inhumano. Ni en situaciones de guerra se atenta contra enfermos y hospitales. Basta de tanta indolencia y mezquindad”. Tanto esfuerzo municipal se desmorona.
Nadia se esconde, igual que su violento antecesor A última hora intenta cambiar el discurso, atorada como el resto del MAS. Ya es tarde. Incapaz y perversa, así quedará en la historia boliviana.
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