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Precios bajos de las materias primas debilitan la economía


 

Aunque es inoportuno referirse ahora a cuestiones económicas y financieras debido a la contundencia de la pandemia ocasionada por el coronavirus, no se puede soslayar un aspecto que, especialmente para los países pobres, ha tenido gran influencia en sus políticas económicas: los precios vigentes en el mercado internacional para las materias primas. Éstos, por ser excesivamente bajos, han causado deterioros en el campo económico, especialmente de las naciones dependientes de sus exportaciones a países del primer mundo que fijan --por su condición de importadores-- los precios para lo que producen las naciones en vías de desarrollo que, en su mayor parte, dependen de sus ventas de materias primas para contar con divisas que, a la vez, les sirven para comprar en los países ricos productos con valor agregado.

El mundo subdesarrollado ha reclamado insistentemente por la necesidad de que sean las naciones productoras las que fijen precios para lo que producen; pero, despiadadamente, el orbe rico ha negado ese derecho y llegó a amenazar con no comprar más a quienes insistan en tal exigencia. De este modo, casi por resignación, los pobres no han tenido otra opción que aceptar que los ricos fijen precios a su antojo y solo considerando sus conveniencias y nunca las de los productores. Por supuesto, ellos, los ricos, no aceptan que los pobres tengan el derecho de exigir que tengan precios diferenciados en lo que exportan y que, con el valor agregado, es de beneficio para los ricos y desarrollados. Protestas y reclamos de nada han servido cuando se recurrió a organismos internacionales para que sean cambiadas estas políticas inequitativas que van en desmedro de la economía de los pobres. Y es que, si no hubiese la explotación que ejercen los países ricos con fijar precios a la producción, los pobres cambiarían o, por lo menos, reducirían su condición de excesiva pobreza e ingresarían en campos competitivos en el mercado internacional.

Será preciso, pues, que una vez que amaine la drasticidad del Covid-19, cambien políticas en todo el mundo y los países pobres, hasta por equidad, sean los que fijen precios para las materias primas que producen y exportan a los ricos, que el valor agregado sea en su beneficio. Que habrá dificultades y negativas, ni duda cabe; pero si hay acuerdos con firmeza en los productores, será posible reducir y hasta anular la posición caprichosa de los ricos que, dada sus necesidades, se verán obligados a aceptar lo que, por mayoría absoluta hayan decidido los pobres, necesitados de justicia y conductas equitativas en igualdad de condiciones.

¿Cuánta falta de equidad y justicia hay en estos procedimientos? Tanta que ningún organismo internacional pudo conseguir que se flexibilice la posición de los ricos que, apegados a sus intereses, no consideran la situación injusta que sufren los proveedores de materias primas que precisados de divisas, se ven obligados a aceptar condiciones onerosas para sus intereses. En medio del mal que se sufre, para las naciones pobres habría la esperanza de que, una vez concluida o por lo menos amortiguada la acción del virus, haya oportunidad de negociar en condiciones equitativas o, de otro modo, que los pobres asuman posiciones irreductibles para que sus derechos sean reconocidos; de otro modo, casi con seguridad que el problema adquirirá dimensiones mucho más graves hasta el extremo de que el mundo rico imponga condiciones más onerosas

Lo grave y peligroso de esta situación es que si los ricos deciden endurecer su posición y se mantienen encaprichados en sus términos injustos, el 65% de la población mundial que está en los países pobres y subdesarrollados, considerados una bomba de tiempo, reaccionen y adopten medidas que ponga a la humanidad en una especie de guerra civil y que, en el mismo estrado de ricos y poderosos haya reacciones y se quiera imponer cambios radicales con base en las imposiciones, urgencias y necesidades de quienes padecen pobreza extrema. Sería entonces que, tal vez, sean aceptadas negociaciones para cambios que sean equitativos y que los pobres fijen condiciones para continuar relaciones en planos de equidad y justicia.

Lo cierto es que ni a ricos ni a pobres conviene llegar a extremos que determinen pérdidas para todos y surjan climas propicios para los enfrentamientos que lleguen a la disociación total, en que todos resulten perjudicados no solamente en sus intereses económicos sino en sus relaciones que siempre deben ser cordiales y pacíficas.

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