Manuel Fernández Chavero
Parte II
Los grupos vulnerables del Ministerio de Sanidad en España han sufrido cambios a lo largo de estos meses al igual que los protocolos. El paradigma de los cambios han sido las mascarillas; desde prohibirlas al personal sanitario porque infundían ansiedad y temor en los pacientes hasta ser obligatorias para toda la sociedad. El listado final, al día de hoy, de los grupos vulnerables lo constituyen los enfermos cardiovasculares, incluidos los hipertensos, diabéticos, enfermos pulmonares crónicos, enfermos hepáticos crónicos severos, insuficiencia renal crónica, inmuno-deprimidos, pacientes oncológicos en tratamiento activo, mayores de 60 años y obesos mórbidos. Si sumamos todos los trabajadores incluidos en estos grupos y excluimos a los niños, pensionistas, ancianos, liberados sindicales, las incapacidades laborales por otros motivos y un largo etc., llegaremos a la conclusión de que prácticamente la casi totalidad de la población laboral está incluida en los grupos vulnerables.
En este escenario los médicos de los Servicios de Prevención, los médicos del trabajo, representantes en activo de una especialidad muerta y ojalá que resucitada, hemos tenido un grado de absentismo prácticamente nulo. Si tenemos en cuenta que la inmensa mayoría ya estamos en los 60 años (los compañeros jóvenes ni consideran la especialidad como opción MIR) y que por tanto sobre muchos de nosotros concurren varios supuestos de vulnerabilidad, creo que es de ponderar la labor asistencial, de asesoramiento y de urgencias realizada. Los Servicios de Prevención no han parado ni un solo día. Realizar los reconocimientos de trabajadores para contratos iniciales, atención a la embarazada y sus riesgo laborales, valoración de trabajadores sensibles, colaboración con Atención Primaria, teletrabajo y un número de consultas telefónicas imposible de calcular.
Toda la población será, en algún momento de su vida, “población trabajadora”, y durante esos 30-40 años que abarca la vida laboral será la Medicina del Trabajo y por ende sus profesionales los encargados de su bienestar físico y psíquico. En el trabajo ocurren multitud de circunstancias que de manera directa o indirecta incidirán sobre nuestra calidad de vida y nuestra salud. Y no se trata tan solo de la prevención de los accidentes de trabajo o enfermedades profesionales.
Las patologías osteomusculares, dolencias por deficiencias ergonómicas, estrés, multitud de cánceres de estrecha relación con la actividad profesional, problemas dermatológicos, respiratorios, digestivos, cardiovasculares, psiquiátricos, mobbing, Burnout, etc. nos convierten a los médicos del trabajo en lo que bien pudiéramos denominar el “Internista del Trabajador”.
Consumimos en el trabajo más de media vida y nos lo llevamos a casa en forma de horas extras y de preocupaciones y es por eso que nuestro trabajo no puede tener tan solo un prisma individual sino una importante traslación familiar y social; de nuestra labor como médicos del trabajo dependerá también el bienestar de la pareja, de la familia y por extensión de la sociedad.
La Medicina del Trabajo tendría que ser para el Sistema Sanitario como el árbol de levas para los automóviles. Es una pieza imprescindible que se encarga de controlar el accionamiento de las válvulas de escape, contribuye a repartir el aceite por el motor y ayuda a que funcione la bomba de combustible.
Es fundamental establecer, con carácter prioritario y definitivo, unas vías de colaboración e información, permeables y bidireccional, entre los Servicios de Prevención, la Atención Primaria y la Inspección Sanitaria y Laboral. Hace muchos años se puso de moda una frase que estuvo presente en oficinas y lugares de trabajo. Decía así: “Hoy hace un día maravilloso, verás como viene alguien y lo jode”. Deseemos que esta necesidad de colaboración no se traduzca en esta nueva versión: “Esta idea de colaboración es estupenda, verás como viene algún político y la jode “
Sería, sin dudas, el mejor ejemplo de que todos somos necesarios. Cada cual desde su propia individualidad y como piezas del engranaje de nuestro sistema, somos imprescindibles. No le demos la razón a Mark Zuckerberg cuando dice que la única manera de garantizar el fracaso es no asumir riesgos.
Los riesgos hay que asumirlos desde la cautela y la prudencia para garantizar nuestra propia supervivencia. La vida en sí misma es toda un riesgo, pero nos formamos durante toda ella para sortear esos riesgos con adecuados mecanismos de defensa. Nuestra vida profesional también es toda un riesgo y por tanto necesitamos mecanismos de defensa. En Medicina del Trabajo los llamamos Equipos de Protección Individual (EPIS). Son necesarios y obligatorios. Un derecho del trabajador y un deber del empresario. Ningún trabajador sin EPIS y quizás no tengamos que hablar de accidentes de trabajo, enfermedades profesionales o fallecimientos evitables.
Toda la Medicina del Trabajo y los que vivimos, luchamos y trabajamos en ella y para ella deseamos de todo corazón que se haya empezado a grabar la película de nuestra especialidad: “LO QUE EL VIENTO NOS DEVOLVIÓ”.
Manuel Fernández Chavero es Médico del Trabajo.
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