Antonio Ares Camerino
“A él nunca se le habían dado bien las nuevas tecnologías. Se consideraba muy torpe para ello. Menos mal que su mujer si se manejaba bien con las nuevas tecnologías, las pantallas diminutas no le daban miedo. Aquella tarde ella la había concertado una cita telemática con su médico de cabecera. Con una puntualidad germánica se iluminó la pantalla y en ella apareció don Manuel. Era su médico de familia desde hacía más de quince años. ¡Ahora tenía que contarle sus síntomas, debía formular sus preguntas a una pantalla! Todo le pareció demasiado frío. Aquello lo consideró como irreal”.
Cuentan que una vez un periodista le preguntó al insigne Dr. Gregorio Marañón ¿cuál había sido para él el avance más importante que había tenido la medicina. A lo que respondió de forma muy escueta: la silla. Con ello quería insistir que en la práctica de la medicina lo más importante es escuchar al paciente, dedicarle tiempo y paciencia para que pueda expresar sus dolencias y preocupaciones. La relación médico paciente llevada a su grado de mayor conexión. Sólo a través de la comunicación interpersonal podemos saber qué es lo que el paciente siente y cómo se enfrenta a la enfermedad. De todas las ramas de la Ciencia la Medicina es la única que del árbol original se escindió y llego a ser algo más que un mero cálculo previsto de irrefutables leyes matemáticas, físicas o químicas. Para su ejercicio hay que conocer disciplinas que se surten de otras fuentes.
La Medicina es Ciencia, en cuanto que bebe de manera desaforada de los avances científicos que han logrado que el sanar esté a la orden del día. La Medicina es Arte, en cuanto requiere de un saber y un estar, para que cuando nos pongamos delante de la persona que sufre sepamos que de nada nos servirán los conocimientos sin la destreza en el manejo de las emociones y del sufrimiento ajeno. La Medicina es Humanidad, en cuanto a que nuestra razón de ser es un igual al que a veces sanamos, con frecuencia aliviamos y siempre consolamos.
El escritor japonés Mishima, en su obra emblemática, “Nieve en primavera” habla de las Leyes de Manu: “los hechos proceden del cuerpo, del discurso y de la mente, y de ellos resulta el bien y el mal”. El que peca con el cuerpo se reencarnará en árbol o hierba, el que lo hace con el discurso en pájaro o animal, y el que lo hace con el alma volverá a los niveles más bajos.
La medicina es eso cuerpo, alma y verbo.
El profesor Hernández Guerrero, catedrático de Teoría de la Literatura de la Universidad de Cádiz ha publicado un libro titulado ¿Curan las palabras?
Si repasamos sus capítulos encontramos sin quererlo el ideario de lo que debe ser una Academia de Medicina y Cirugía, con la ciencia como excusa, las humanidades como herramientas y el ser humano como último fin. La importancia del lenguaje en medicina.
La medicina es una actividad pública y social. El facultativo es un profesional adornado de “auctoritas”. La medicina no es una práctica mágico-demiúrgica El lenguaje en medicina es también una herramienta terapéutica.
Las máquinas ya pueden predecir enfermedades. La inteligencia artificial y las nuevas tecnologías prometen un ahorro significativo del Sistema Público de Salud al mejorar, según dicen, la prevención. El diagnóstico y el tratamiento se pueden descargar desde el mocil. Existen relojes inteligentes que se están convirtiendo en los dispositivos sanitarios más consultados. Las consultas telemáticas y las video conferencias se han situado en los “trending topic” durante el confinamiento.
La revolución de la Medicina Telemática ha comenzado. El ser humano se ha convertido en un simple animal racional, portador de datos de múltiples algoritmos que llevan a conclusiones, posiblemente bien argumentadas, pero sin contar con la persona que las padece.
Dicen que en China han instalado miles de cabinas autónomas, que usan millones de personas. Aparte de hacer diagnósticos certeros, son dispensadores automáticos de medicamentos. Existen robots enfermeras que transportan documentos, resultados y asisten a consultas…
La esencia de todo está en los datos que aportamos, de forma desinteresada, desde nuestros dispositivos, y que sirven no sólo para chequear nuestro estado de salud, sino también para saber de nuestros gustos, nuestras ideas, y a veces incluso confiscar nuestro pensamiento. La monitorización puede llegar a tal extremo que pueden llegar a saber si somos cumplidores terapéuticos o en cambio displicentes irresponsables.
Por mucho que la ciencia avance, las tecnologías carecen de ojo clínico y emplean una certidumbre sólo probabilística. La experiencia profesional, curtida a lo largo de años de ejercicio con una evidencia a prueba de refutaciones, nunca podrá ser suplida por una máquina futurista. Una entrevista clínica minuciosa, una exploración clínica al detalle son la base de la relación médico paciente.
El archivo más inmenso de imágenes, datos analíticos y exploraciones virtuales de última generación no podrán sustituir a esa anamnesis por órganos y aparatos y a esa exploración realizada con manos sabias capaces de ver en la oscuridad y de intuir el interior más recóndito. Saber escuchar con paciencia, interpretar el lenguaje no verbal, poder sacar conclusiones de esos gestos de preocupación, discernir lo esencial del padecimiento de lo superfluo y añadido como queja y llamada de atención, mirar al acompañante o familiar que casi siempre es testigo fundamental de ese dolor compartido en silencio. Tocar, oír, ver y oler forman parte del cortejo de los sentidos que nos llevarán a tomar decisiones que supongan mejorar la vida de nuestros pacientes.
El futuro está aquí, las nuevas tecnologías van a cambiar radicalmente la relación médico paciente. En nuestra mano está el conseguir que sean una herramienta más que nos ayude y asesore en la hora de hacer una medicina de calidad, y que nos garantice que la confianza depositada por los pacientes está en nosotros, y no en las novedades tecnológicas de última generación. ¡Una máquina nunca te dará el consuelo de una sonrisa y ni será el báculo de una mano amiga ante el dolor y el sufrimiento!
El Dr. Antonio Ares es delegado territorial de Bahía de Cádiz del Colegio de Médicos gaditano.
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