Si hablamos y tocamos el fondo de la verdad en la llaga misma del país, no podemos andar con eufemismos como se hace, es necesario descorrer los velos que apenas la ocultan detrás. El radical bloqueo de doce días entraña la fatalidad de una guerra declarada del campo contra la ciudad. La COB oficialmente aparece convocando al asedio pero sin bases, son sólo los campesinos quienes concurren a la cita, no masivamente pero al menos como grupos disponibles.
Llegada la hora de la verdad, son varios los factores que aglutinarán al campo alrededor de una convocatoria considerada decisiva. No ignoramos la prédica de lucha de clases muy anterior a los catorce años de tiranía --en la cual mucho tienen que ver los maestros rurales--, aunque llevada al paroxismo en ese tiempo. Tampoco desconocemos las presiones que se practican, mediante multas, amenazas y represalias. Son parte de la metodología del Socialismo del Siglo XXI, adaptada a la masa rural.
Aimaras y quechuas integran la población campesina del Occidente del país. Etnias resistentes a los moldes de vida modernos y actuales, relativamente porque sus costumbres los reatan. Es claro que esta población en contacto con las urbes actúa híbridamente pero su rencor insuflado no cede. La tormenta en ciernes incluye otros ingredientes de la indicada población, como el desapego a la propia vida y a la existencia personal, peor aún a la vida ajena.
Un anzuelo ha sido despertarle la sed del poder por el largo régimen anterior, haciéndole saborear sus mieles. Se intensificó un ingreso irrestricto a altas funciones públicas, al parlamento y a la diplomacia, incorporación a la que nadie se opone si bien debería referirse a los mejor formados, habiendo aimaras y quechuas profesionalmente competentes. Excluidos éstos también, se dejó designar a los “dirigentes” de toda laya de las comunidades o de los sindicatos, grupos siempre arrastrados por los más vociferantes y revoltosos. Atrás queda la decantada organicidad sindical, si alguna vez la hubo De este enjambre resultó un catálogo de “honorables” con subidas deudas ante la Justicia en detrimento de la dignidad parlamentaria.
Los bloqueos de caminos y carreteras superaron en saña a los tiempos oscuros de las guerras sin cuartel de un pasado ya remoto. Ni ambulancias ni oxígeno de salvamento ni medicinas para pacientes graves lograron la concesión de seguir camino, violando todo derecho humano que es respetado inclusive en conflagraciones internacionales. Además de los intransigentes bloqueadores enormes derrumbes perpetrados por fuertes explosiones en los cerros aledaños sólo se comparan a los obstáculos de una guerra para impedir el paso del enemigo.
Se puede decir que este reto fue de “poder a poder”, pues el MAS controla no sólo el Órgano Legislativo sino el poder territorial con la mayoría de gobernaciones y alcaldías. Éstas últimas contribuyeron al bloqueo con maquinaria pesada y volquetas de propiedad municipal, transportando tierra y material de obstrucción. Entonces aparece desembozado el rostro del MAS y sus instrucciones desde el extranjero. Un bloqueo semejante no se improvisa. Los alcaldes respectivos incurrieron en delito de uso indebido de bienes del Estado y otros, pero nadie los denuncia.
Este movimiento vedó al mismo tiempo el abastecimiento alimentario a las ciudades, dando cumplimiento las instigaciones previas del ex presidente Evo Morales. Todos estos atentados dan la idea de la ferocidad que puede adquirir la anunciada “guerra civil” proclamada por esta posición inverecunda. La actual disputa del poder es binaria, por un lado el Ejecutivo y por otro el Legislativo. En buenas cuentas dicha dualidad nos crea un desgobierno sin coordinación ni acuerdo alguno, como alguien dijo.
No se trataba de ninguna reivindicación social sino exclusiva y políticamente de la realización de elecciones el 6 de septiembre. Muy entrado el conflicto se añadió la cuestión educativa, la salud y la corrupción. Un factor influyente para el desbloqueo ha sido, sin duda, la reaparición del Mallku que munido de su liderato anti boliviano y su prédica de un redivivo kollasuyo, amenazaba desplazar a Evo Morales y erigirse en dueño de la situación. Ambos postulan el mismo discurso de fondo por el retorno al kollasuyo. En ello, Morales lleva la delantera porque revestido de disimulado ropaje, implantó en Bolivia ese deseo compartido con su rival,si bien bajo sedicentes y fictas apelaciones de patria. Si tuviese una nueva eventual oportunidad, podríamos mirar sin asombro un retorno a 500 años atrás. Un cuadro tan complejo refleja no lejos una implosión del Estado nacional, con funestas consecuencias posibles como la división de Bolivia y el final predominio de unos sobre otros y, por consiguiente, un éxodo masivo entrevisto no hace mucho por los países vecinos. Dios salve a Bolivia.
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