Luis Christian Rivas Salazar
El discurso fúnebre de Pericles, incorporado en la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides (II, 35-46), pronunciado en el año 431 a.C. en el Cementerio Cerámico de Atenas después de un año de confrontaciones bélicas ante un público apesadumbrado por sus muertos, resulta ser no sólo el acta fundacional de la democracia, sino una arenga para elevar el espíritu y resaltar las cualidades de un pueblo superior a sus vecinos, una obra maestra de la política en la época de oro de la antigua Grecia, un acta de gran cultura, valor y civismo.
Dirá Pericles que los atenienses disfrutan de un régimen político que no imita leyes, más bien son un modelo para los demás. Expresa: “En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo. Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas a favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir”.
Como vemos, la democracia es una administración a favor de la mayoría, no de una minoría, incluso si ésta es electa por la mayoría, hay respeto a las leyes, no existe capricho del gobernante, la igualdad ante la ley pretende defender intereses particulares, no significa que la mayoría pueda aplastar al individuo, un régimen de imperio del Derecho, diríamos nosotros. La función pública va de la mano del honor, por eso eran instituciones honoríficas más que remuneradas, se tenía en cuenta los méritos más que la condición social, económica, hoy en día diríamos sexual, generacional o racial, lo que importa es el conocimiento y la experiencia, la isonomía; además, considerar el respeto por la libertad individual, indulgentes en los quehaceres domésticos, pero temerosos en cuanto se refiere a los asuntos públicos, siendo vergonzoso infringir las normas y reprochable el obrar ilegal. Sin duda, estas son las bases de una sociedad abierta y libre, fundada en el derecho.
En cuanto a lo económico, estaban felices de ser una sociedad próspera y abierta al comercio con extranjeros: “…también gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, cuyo continuo disfrute ahuyenta a la melancolía. Y gracias al elevado número de sus habitantes, nuestra ciudad importa desde todo el mundo toda clase de bienes, de manera que los que ella produce para nuestro provecho no son, en rigor, más nuestros que los foráneos…”. Condenaban las confiscaciones, robos y saqueos de parte de la mayoría al individuo: “El hombre no experimenta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha probado, sino cuando se le arrebata uno al que ya se había acostumbrado”.
Esta constitución de la democracia debe ser considerada en la hora de entenderla en su paso evolutivo a la era digital, en el momento de hacer uso de las herramientas de la tecnología, por ejemplo, hacer cabildos digitales y usar el blockchain para contar votos, no se debe quedar indiferente ante los padres fundadores griegos.
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