Contra viento y marea
El triunfo de Aniceto Arce en las elecciones de 1888 sobre su rival Eliodoro Camacho, no fue el único obtenido a costa de un fraude, pero del seguimiento atento de la historia se puede colegir que fue el que más graves consecuencias ocasionó al país y a su --para entonces-- ya controvertida reputación democrática. La guerra federal del año siguiente fue la consecuencia desgraciada de ese infortunado ardid.
Entonces es un error pensar que el descarado engaño en los resultados finales de los comicios del 20 de octubre de 2019 fue el único. El Movimiento Al Socialismo (MAS) protagonizó la vergüenza del Siglo XXI. Las evidencias existentes a ese respecto eximen de la más mínima posibilidad de poner en duda el Informe de la OEA sobre las irregularidades cometidas, que además no se redujeron al día de la votación, es decir papeletas marcadas anticipadamente o suplantadas, falsificación de firmas en las actas, etc., sino que el aparato del partido gobernante engañó al pueblo desde la candidatura misma de Evo Morales el año 2014, haciendo uso de un artificio no atribuible a ninguna viveza o habilidad política, sino a una repugnante bajeza que solo el uso del poder abusivo pudo convalidar. La burla al referendo de 2018 del mismo Morales, luego de perder el apoyo mayoritario del pueblo para una nueva postulación, fue la continuación del engaño encubierto por el Tribunal Constitucional Plurinacional y del Tribunal Supremo Electoral, puestos a su incondicional servicio.
Bien, existen antecedentes, aunque no son los únicos. Pero el más fresco, el más indignante quizá por la temeridad e inmediatez del suceso, es el de la anulada elección de 2019, porque la autoría intelectual estuvo a cargo de toda una asociación delictuosa que ejerció un autoritarismo en todos los demás órganos y niveles del Estado, muy especialmente sobre el Electoral que incondicionalmente comprometido, hizo cuanto estuvo a su alcance para favorecer a Evo Morales. Destapado el escándalo contra la democracia, y ante la incontestable prueba, el propio gobierno tuvo que declarar nulos los comicios.
La instauración de un nuevo gobierno por efectos del abandono voluntario de funciones de Evo Morales, trajo consigo la designación de un nuevo Tribunal Supremo Electoral, contra el que los intereses políticos, muy a la usanza nuestra, desde hace unos meses vienen cuestionando su desempeño y, muy especialmente, de su presidente Salvador Romero. Pero una evaluación seria y despojada de toda arbitrariedad lleva a la conclusión de que, por lo menos hasta ahora, no existe nada fundado de qué acusársele. El gobierno, buscando un poco más de tiempo para enmendar en algo sus numerosos errores, argumenta la pandemia como justificativo de un diferimiento para el verificativo de las justas. El partido del ex gobernante, apremiado por la recurrencia de los escándalos de su líder máximo y los desaciertos políticos que vienen cometiendo, pretende si fuera posible fijar este domingo para el acto eleccionario. Ese panorama denota que Romero está atendiendo a un razonamiento prudente, en tanto aplazar una vez más significaría invalidar este proceso y convocar a nuevas elecciones para el próximo año, cuando no solo tenemos una Presidente ilegítima sino una Asamblea ilegítima e inmoral.
Con esos antecedentes, el peligro que se cierne es que si los resultados no le favorecen al MAS, la posibilidad de su desconocimiento es alta porque es un partido que gira en torno a un caudillo descalificado en lo moral y desconfiable en lo político; por tanto su método, no de ahora sino de siempre, es el de la violencia. Sus principios factuales no son los mecanismos de la democracia. No hay que tener un gran olfato político para darse cuenta que en los últimos quince años, sus expectativas electorales nunca fueron tan modestas como hoy. Ellos también lo saben, por eso abren el paraguas antes de la tormenta. Creo que si se confirma ese escenario, Evo Morales no aceptará su nueva realidad. Espero equivocarme.
Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.
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