En la actual gestión de la Asamblea legislativa se observa sin mayor esfuerzo un notorio desconocimiento de la realidad inmediata en que se encuentra el país. Sus integrantes, tanto en la Cámara Alta como en la Baja, pareciera que no toman en cuenta aspectos cadentes que son notorios a simple vista y que les compete en forma directa.
Por ejemplo, pareciera que más del 75 por ciento de los asambleístas no leen periódicos y menos libros, no escuchan informativos de radioemisoras y apenas captan lo que dicen los informativos de televisión. Todo lo que esos medios destacan les entra por un oído y les sale por el otro o bien se tapan los ojos con un manto que no les deja ver más allá de la punta de sus narices. Un caso singular en ese sentido es que hasta el presente nuestros sabios asambleístas no se han dado cuenta que el reloj del Congreso marca las horas en sentido contrario a la lógica del tiempo y que esa aberración causa graves distorsiones no solo en la vida del país, en sus propias labores, sino también en su actividad mental.
Otro asunto por el que la población reclama es que sean abiertas al púbico las puertas de Palacio Legislativo y, también, las galerías de ambas cámaras, de tal forma que el pueblo pueda conocer a sus representantes, escuchar lo que dicen y cómo deciden la suerte del país. Pero nada de eso ocurre. Los asambleístas tienen los oídos sordos, pues no miran, no ven; no escuchan, no oyen y tal vez sus sentidos no captan lo que les rodea en forma inmediata y mucho menos captan la realidad general del país.
Todo eso es comprobable en los hechos. Por ejemplo, ignoran que en el país se está produciendo una epidemia de un virus altamente contagioso y letal, como es el covid-19, pero como no lo perciben, aceleran la realización de elecciones y si el Ejecutivo no cumple su orden dictatorial, producirán una conmoción civil o una insurrección en el país. Les importa un comino que mueran diez o veinte mil personas con tal de abrirse camino hacia el poder para reanudar su política de depredación del presupuesto del Estado o bien de erradicación de la democracia, en que están empeñados ciegamente.
En esa forma, sancionan leyes que van en contra de la realidad histórica, hasta en contra de las leyes de la gravedad y después las promulgan por su cuenta, sin el menor escrúpulo. En esa forma, pareciera que no les funciona el proceso del conocimiento, además que carecen de criterio para diferenciar lo bueno de lo malo, lo que es la izquierda o la derecha, lo correcto de lo incorrecto, etc., en una palabra, han perdido las facultades de percepción del medio que los rodea y, aún más, también la facultad de razonamiento y formulación del pensamiento, no se sabe por cuál problema cerebral.
Lo único que les interesa es llegar al poder para gozar a su libre albedrío de sus delicias, ganar sin trabajar, tener abiertas las arcas del Estado para derrochar sus caudales y no menos para apoderarse de ellos y encubrir sus delitos para el caso de quedarse sin el manejo de la política y los bienes de la nación.
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