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[Álvaro Riveros]

Clepsidra

Agoreros de la muerte


Resulta extremadamente sospechosa la coincidencia existente entre los anuncios del gobierno ruso, sobre el eficaz descubrimiento de una vacuna para el Covid-19, por una parte y, por la otra, la desaparición sistemática de opositores a Vladimir Putin, causada por el envenenamiento con toxinas de altísimo poder, fruto de las acuciosas investigaciones del mandatario, en su largo paso como jefe de espías del temible Servicio de Seguridad de la Unión Soviética (KGB).

Este doctor en toxicología inició sus prácticas a finales de 2004, con el fallido intento de asesinato en contra del ex presidente de Ucrania Viktor Yüschenko, para evitar su reelección triunfal sobre el candidato impuesto por Putin, y por su declarada afinidad con Occidente. Posterior al intento fracasado, Yüschenko sufrió la ingesta de una dioxina tóxica que obligó su trasladado a Viena, donde los médicos austriacos le salvaron la vida, pero no pudieron evitar la desfiguración de su agraciado rostro, objetivo alterno de este perverso atentado.

Posterior a esta criminal hazaña, un 20 de noviembre de 2006, el ex agente ruso Alexander Litvinenko murió en un hospital de Londres tras ser envenenado con polonio-210, un radioisótopo poco común, que le fue suministrado en el avión. Similar suerte corrieron el ex agente ruso Sergei Skripal y su hija Yulia, al caer enfermos por Novichok, un agente neurotóxico de grado militar.

Entretanto, este jueves pasado Alexey Navalny, líder de la oposición rusa y crítico del Kremlin, estaba inconsciente y con un ventilador mecánico en un hospital de Siberia después de sufrir un envenenamiento con algo mezclado en el té, durante un vuelo de regreso a Moscú desde la ciudad siberiana de Tomsk. Las autoridades rusas negaron dicho extremo, empero los médicos alemanes, donde fue llevado, acaban de declarar que las señales de veneno en el paciente son muy evidentes y merecen el más enérgico reclamo del gobierno alemán, ante el gobierno de Putin.

Esta relación nefanda tiene el objeto de desvelar la tónica que un asesino serial puede introducir en el manejo de la política mundial, apadrinando a movimientos que se dicen progresistas de izquierda y que, para el logro de sus malos designios, no reparan en asociarse con el crimen organizado, para sembrar de desolación y muerte todo lo que se les interpone en su camino.

De esta ignominiosa práctica no están libres ni sus más conspicuos cómplices, especialmente cuando éstos han “traicionado los principios de la revolución” o simplemente se han convertido en engranajes inservibles de la causa mayor. En términos coloquiales: “En chanchos que ya no dan manteca”. Por tanto, es mejor sacrificarlos como “héroes del supuesto proceso”, a que vayan envejeciendo en sus más asquerosas costumbres adquiridas en tiempos de poder, y en total desmedro de la causa, como fue el caso de Allende, Chávez, Noriega y otros.

“Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar”, reza el viejo adagio popular, absolutamente válido para los Faustos que vendieron su alma al diablo, a cambio de los placeres mundanos que tarde o temprano les serán cobrados, a estos hijos de Putin y nuevos agoreros de la muerte.

 
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