En el transcurrir del coronavirus que ya lleva bastante tiempo, primó en la población la idea de que pronto terminaría; que los casos que se hacían muerte serían pocos; que las dificultades para enterrar a los seres queridos eran momentáneas; que los anuncios sobre falta de ataúdes y cementerios era algo del momento; pero la realidad de cada etapa fue más dolorosa y dura, más lacerante y amarga; abarcó a más gente y lo que se contaba tan solo por centenares se hizo miles porque en cada familia surgía un entorno que mostró que no estaban solos los que perdieron a algún familiar, amigo o simple conocido de barrio, de oficina, del diario transcurrir. El dolor traspasó muchas fronteras y las esperanzas se hicieron mayores para que disminuya la pandemia; pero no fue así y todo adquirió mayores proporciones y causó más angustias hasta hacerse una pregunta: ¿Hasta cuándo?
Al interrogante se añadió la decepción por quienes hacen culto del nomeimportismo, de la indiferencia, de la falta de solidaridad de los que no creen y piensan que todo se trata de “simples estados gripales”. Sin embargo de mucha frialdad e indiferencia, surgen en el diario vivir situaciones en las que la unidad y la solidaridad se hacen más patentes, más concretas y hasta hay participación en la distribución de bienes de consumo y uso. Surge en la población la certidumbre de que todos podrán vencer los desafíos y hasta se siente que hay condena por los indiferentes y consentidos de que ellos están fuera de todo peligro. La población consciente y responsable de lo que tiene que hacer espera que la unidad y la entereza de carácter sean normas de vida porque los embates cada vez mayores del virus deben ser enfrentados con mucho coraje, persistencia y unidad solidaria entre todos.
Como todas las naciones, la nuestra ha logrado éxitos solamente cuando se ha adquirido conciencia de lo que había que enfrentar y para hacerle frente se hizo abstracción de intereses ajenos a lo que había que hacer. Ahora, ante el peligro de que la pandemia pueda adquirir mayores proporciones, la fortaleza en los espíritus y la entereza en los caracteres tienen que aumentar; de otro modo, se deja más espacio a la enfermedad y hasta se abren las compuertas de otros sufrimientos, porque siempre ocurre que cuando el mal se asienta en la vida de los seres humanos, más latentes se hacen los males orgánicos que hacen peligrar la salud y la vida, especialmente de niños y ancianos.
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