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[Severo Cruz]

Bolivianos de buena fe


Bolivia vive una tensa calma. Una tregua, que, por el momento, y quizá hasta el 18 de octubre venidero, le permitirá respirar libremente, en tranquilidad democrática. Hecho que contribuirá, por supuesto, a su recuperación anímica.

Pero, en este lapso, debería tomar las previsiones necesarias, porque los vástagos de Leviatán amenazan con volver a intimidar y atemorizar a la ciudadanía, particularmente urbana. Es decir convulsionar, nuevamente, el país, buscando imponer sus designios de encono e intolerancia. Es que intentan recuperar el Poder a como dé lugar. No importa que haya derramamiento de sangre, eso es lo de menos para ellos. Aún más si en los comicios nacionales saldría victorioso uno o una de la derecha, como dicen ellos.

“La lucha no ha terminado”, señaló, a propósito, el principal agitador del conflicto de agosto, cuya característica fue “el alfombrado de piedras” en los caminos. Pero que fue arrinconado, sin pena ni gloria, por sus propias bases.

Como bien conoce la opinión pública, existen grupos violentos, debidamente aleccionados, adoctrinados y armados, probablemente, que cometen atentados terroristas, como ha ocurrido, en pasados días, en la subestación de energía eléctrica de Pairumani, camino a Huanuni, en el departamento de Oruro.

He ahí la conspiración no solo contra el gobierno constitucional, sino contra el proceso electoral, en Democracia, que culminará el próximo mes. Bolivia, y es bueno recalcarlo, practica la cultura de la paz y rechaza toda manifestación violenta. Y lo hizo siempre en el entendido que la violencia destruye, no construye. Provoca muerte y no vida. Acumula odio y ruinas por doquier. Siembra enemistad y no amistad. Los violentos acabaron mal, políticamente, en el territorio patrio. Jamás contaron con el respaldo ciudadano mayoritario. Basta revisar las páginas de nuestra historia.

Daría la impresión de que, a estas alturas de la convivencia democrática marcada por profundas diferencias, ningún “salvador”, ningún “iluminado” ni “mesías”, logrará poner atajo a la espiral de violencia que pretende quebrar la paz social, en cualquier momento y con cualquier argumento. Tampoco aquellos estarían en condiciones de apostar por el encauzamiento de la paz, duradera, reconciliadora y productiva, en una época donde todos están “enguerrillados”. Donde todos viven pendientes de la dura y profunda crisis económica, agravada por la pandemia del coronavirus y el salvaje bloqueo de caminos del masismo.

El cambio de ruta, por un mañana llevadero, tendría que imponerse con elementos políticos como la coincidencia, la cordura y el desarme espiritual, de los extremistas, en particular. Cosa difícil de alcanzar, pero habría que intentarlo.

Una situación de desencuentro nacional, como la que estamos viviendo, jamás se había visto en más de treinta años de Democracia. Aquella, posiblemente única y controvertida en nuestra historia contemporánea, puso en vilo, indudablemente, el sistema de libertades, recuperado gracias al esfuerzo del conjunto ciudadano, en 1982. Y no sólo ello sino que puso en riesgo, desafortunadamente, la unidad nacional, tan celosamente resguardada, en todos los tiempos y gobiernos.

Es incomprensible que haya aún diferencias entre los pobladores del oriente y occidente, de las ciudades y del campo. En la práctica todos ellos contribuyen al desarrollo nacional, en la búsqueda, hoy como ayer, de una Bolivia digna de mejor suerte. Su prosperidad redundará, obviamente, en el bienestar de la población nacional. ¡Hacen Patria, desde diversas actividades!

Por todas estas consideraciones creemos que el objetivo inmediato es buscar la recuperación de la maltrecha economía nacional y alcanzar, de esta manera, la estabilidad política, para asegurar la convivencia social pacífica y constructiva. Y que todo este logro redunde por el bienestar de quienes vienen detrás de nosotros.

En suma: los bolivianos de buena fe construirán el país que se quiere con miras al Siglo XXI. Así sea.

 
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