Pandemónium me dicen que significa “capital del infierno”. Y pandemia, como la del Covid-19, no está muy lejos de significar el pórtico del desastre para los dueños de edificios que han construido en las recientes décadas con dependencias de variadísima extensión, y hasta rascacielos, para alquilarlos como oficinas de gran decoro y acabado a fin de atraer oficinistas de toda actividad, profesión, dedicación y/o laya. Esto porque siempre existió la necesidad, inherente a todas y cada una de las profesiones, oficios, actividades perennes o perentorias, oficiales y no oficiales... de tener una “oficina” como signo de tradición, costumbre, competencia, bienestar, publicidad u ostentación. Los ejemplos están por doquier. Como la “Casa del Pueblo” construida en La Paz, Bolivia, por el gobierno de Evo Morales. Pero existe la posibilidad de que este despliegue cultural-microeconómico, ineludiblemente necesario para casi todos, esté llegando a su debilitamiento y en muchos sectores y casos... a su fin. Si no ha llegado ya.
La razón es que la pandemia del Covid-19 y el consabido problema del contagio han forzado a una gran cantidad de empresas con oficinas de docenas o cientos y hasta miles de empleados a funcionar e incluso hacer trabajar remotamente... y desde el lugar de residencia del empleado, sea ésta casa junta, departamento o habitaciones. Esto en prácticamente todos los países del mundo siendo los edificios o lotes de estacionamiento de vehículos y motocicletas de oficinistas, los restaurantes y otros comerciantes de comestibles al paso los primeros en registrar, ya por meses, balances deficitarios o simplemente nulos. Están o continúan paralizados, incrédulos y desesperados con la ausencia de viejos clientes que es muy posible que no regresen por lo menos en las cantidades necesarias para sobrevivir. Hay los que han abandonado o abandonan la actividad y, a los meses de haberse iniciado el trabajo desde casa, la misma suerte corren los dueños alquilantes de oficinas.
La tendencia ha provocado el cauteloso y variado regocijo que la pandemia y la crisis causan en las presidencias, gerencias y círculos directivos de millones de empresas que hoy calculan lo que ahorrarían reduciendo a casi nada el gasto en espacio de oficinas que incluye servicios de electricidad, gas, amoblado, mantenimiento, etc. Un problema de envergadura es la crisis bancaria mundial que se avecina al calcular la incapacidad de los dueños de edificios de pagar las deudas bancarias contraídas para construir lo que ha venido a constituirse en “elefantes blancos” con valor, por el momento, nulo. Ni hablar de otras deudas.
Hoy en Europa, sobre todo en Francia y España, se habla del derecho que tiene el trabajador en su casa de desconectar el ordenador de la oficina... que sin duda el patrón prefiere que siga conectado. En realidad “el derecho a desconectar” ya existía en Francia desde 2017 y todavía rige el límite del día en que el trabajador debe trabajar por ordenador y/o por teléfono. La realidad es que, ante la perspectiva de que el trabajo como antes nunca retorne, España, Grecia, Irlanda y otros países europeos están viendo intrincado salir del paso ordenada y productivamente lo que, los sectores laborales, no ven tarea fácil porque dicen que los patrones siempre procurarán sacar “tajada mayor.” Aquí conviene recordar Eclesiastés 1:9: “lo que ha sido volverá a ser; lo que se ha hecho se volverá a hacer. No hay nada nuevo”.
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