Cuando pensábamos que luego de la encuesta de UNITEL, el domingo pasado, se iba a provocar un instante de serenidad y de meditación entre los candidatos “democráticos” (para llamar de alguna forma a los no masistas), resulta que se ha producido una irracional explosión de ira, pero no contra el candidato del MAS, sino entre ellos mismos. Cuando se debería observar la medición preocupante de una estadística para aplicar estrategias de unidad, de aproximación entre las fuerzas que participaron en la renuncia y fuga de Evo Morales, surge, mucho peor, encono, furia, y se profundizan las rivalidades, ignorando que el enemigo común está mirando la situación de palco y en primera fila.
El mundo no se ha terminado con la encuesta del domingo, porque habrá una o dos más antes de las elecciones recogiendo el resultado de los debates, y seguros de que las encuestas no hacen ganar a nadie, pero muestran aproximaciones que, con errores y aciertos, no se deberían descartar. En este caso se ve reiteradamente a un Arce Catacora en primer lugar, con Carlos Mesa en segundo sitio bastante atrasado, y lejos, a Jeanine Áñez, Luis Fernando Camacho, Chi, Tuto Quiroga y dos candidatos más que apenas cuentan.
En las elecciones de octubre último, nos salvamos por un pelo de tener nuevamente a Evo Morales en la presidencia, gracias a que armó un enorme fraude. Pero si Carlos Mesa no recibía el “voto útil” de los ciudadanos, Morales estaría mandando tranquilamente en Bolivia porque su trampa hubiera sido innecesaria. El año pasado, tal como hoy, los ataques de los candidatos “democráticos” eran entre ellos, en vez de dirigir toda su artillería contra Evo Morales, el disoluto.
Esto nos recuerda lo que sucedió en las elecciones de 1951, cuando los candidatos tradicionales se diputaban el poder en Bolivia, todos en contra de Paz Estenssoro, el revolucionario jefe del MNR, a quien no toleraban. Gastaron saliva y dinero para destruirse entre ellos, pero se olvidaron del MNR porque a la derecha no se le ocurrió perder. El resultado fue terrible, porque Paz Estenssoro obtuvo el 42.9 % de los votos y el candidato oficial Gabriel Gosálvez del PURS el 32.0%, el general Bernardino Bilbao de FSB el 10.5%, don Guillermo Gutiérrez (candidato de Aramayo se decía) apenas el 5.6%, Tomás Guillermo Elío, del Partido Liberal 5.2% y José Antonio Arze del PIR 4.3%. Una dispersión estúpida de la derecha, PIR incluido. El entonces presidente don Mamerto Urriolagoitia desconoció el sorpresivo triunfo del MNR y no se le ocurrió otra cosa mejor que entregar el poder a una Junta Militar, aun antes de que se produjera la decisión del Congreso. Ya sabemos la de tiros y muertos que esto trajo al país más tarde y la de presos y desterrados también.
¿Eso buscamos ahora? ¿Que la estulticia de los políticos nos lleve a una situación similar? ¿Que Mesa tenga 25%, Áñez 10%, Camacho 8%, Tuto 6% y Chi 5%? ¿Y que Arce llegue a 40% y gane la presidencia en el primer asalto? ¿Para que el indeseable fugitivo sea recibido con banda, petardos y dinamitazos? ¿Contra quién luchamos al final? ¿De qué sirvió la temeraria acción de Luis Fernando Camacho y la “revolución de las pititas”? ¿Acaso no nos estamos encaminando hacia un suicidio colectivo?
Lo cierto es que cada jefe desea obtener diputados y senadores para pagar favores a los suyos. Pero eso es un vil engaño a los electores. Además de que con un retorno del MAS al poder y con mayoría parlamentaria para colmo, no habrá diputados ni senadores opositores que toquen pito, exactamente como sucede ahora. ¿De qué le servirá a Camacho tener dos senadores y diez diputados en Santa Cruz si el presidente va a ser un sumiso a Morales que obedezca ansias de venganza con los cambas? ¿O de qué le servirá tenerlos a Mesa o Jeanine Áñez, si el corrupto rodillo masista se va a volver a imponer en la Asamblea? Es incomprensible, pero está claro que solamente la responsabilidad del pueblo que acudirá a votar será lo que nos salve, como ocurrió en las elecciones de octubre del año pasado. Los políticos no han aprendido nada, no ven a la nación, y solo velan por sus pequeños espacios de poder.
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