Desde la tierra
Se fue agosto, el mes más oscuro desde que comenzó la pandemia del Covid 19 por el aumento de las cifras de contagiados, de muertos y de pérdidas económicas. Crisis sanitaria agravada por las órdenes de Evo Morales y sus candidatos Luis Arce y David Choquehuanca para bloquear violentamente las rutas y cercar a las poblaciones con falta de alimentos, de medicamentos y de oxígeno.
Cuánta diferencia a otras protestas sociales, a otros agostos, pues el mes que marca el destino zodiacal de Bolivia está lleno de historia. Hace más de tres décadas, en 1986, el movimiento sindical minero se despedía de 70 años de luchas sociales. En Calamarca quedó la sombra de la que había sido la conmovedora vanguardia proletaria boliviana.
Al amanecer del 27 partió la última jornada de más de 20 mil peregrinos, guiados por un minero aferrado a su cruz como el Nazareno, los niños y la embarazada María, migrante eterna. Ninguna agresión, sin vandalismo. Tantísima dignidad, fraternidad hasta el final. En medio de los tanques y los vuelos amenazantes, los caminantes retornaron derrotados a los campamentos. Adiós. Partir con la familia, unos trastos y la nostalgia, a los Yungas a sembrar cacao, al Chapare a sembrar coca, a El Alto de minibusero.
Nunca más ser lo que se había sido.
En 1990, otra gran movilización llegó desde la selva al páramo. Lágrimas ante el dolor del mundo, (como decía Raskolnikov inclinado ante Sonia) porque en esas mujeres y sus guagüitas estaban resumidos tantos siglos de abandono. El abrazo del llanero con el agricultor de tierras altas, del pescador con la vendedora del mercado. Vida. Dignidad. Caminaron días sin obstaculizar el tráfico, sin destruir bienes públicos, sin pegar a periodistas. Nadie escondía el rostro detrás de un negro pasamontañas. Consiguieron poner en la agenda la necesidad de una nueva Constitución boliviana.
El momento épico, la VIII Marcha Indígena en defensa de la Vida en el bosque del Isiboro Sécure. Recorrieron la floresta y la montaña durante 63 días con los pies sangrantes, sedientos, cantando, protegidos por la Virgen de la Asunción que los había bendecido en la partida, el 15 de agosto. Álvaro y Raúl García Linera, Sacha Llorenti, Boris Villegas, Marcos Farfán tendieron la perversa emboscada. ¡Cobardes! Mandaron golpear a mujeres, a sus hijos, separaron bebés del pecho de sus madres. Chaparina no se olvida.
Los marchistas llegaron a La Paz el 19 de octubre, fecha memorable. Indígenas de tierras bajas y de tierras altas, vendedoras, banqueros, albañiles, carniceras, modistas, colegiales, sacerdotes y monjas, numerosísimos jóvenes salieron a abrazarlos. Traían Vida. Vencieron a la Muerte, sin dañar a nadie, defendían el Bien Común.
Su sacrificio fue el inicio del descalabro del discurso de la impostura, ya sin maquillaje posible. Hasta el otro gran momento en octubre de 2019. Millares de bolivianos vencieron la tiranía con una protesta pacífica, con pititas, con cantos, con decenas de memes y burlas. Con Coraje.
El bloqueo criminal fue la lápida del corporativismo, después de agosto 2020, quedarán fragmentos. Lápida para la larga muerte anunciada de la Central Obrera Boliviana, de las dirigencias campesinas contaminadas.
Nuevo octubre, nuevo escenario. La mejor oportunidad para recordar a los marchistas del Tipnis. Por ellos, por su valentía, voto por la Democracia, por la Dignidad, por la Libertad, por la Vida.
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