Avanzar y construir una democracia casi en ruinas es una tarea harto complicada. Más de una década de “lavado de cerebro del MAS”, encaramado ilegal e ilegítimamente en el poder, no es fácil disolver en poco tiempo; no obstante, es inherente a la democracia boliviana reinstalar el debate en torno al legado de ese partido y sus gobernantes.
En las actuales condiciones preelectorales se vislumbra un terreno difícil: según encuestas de opinión, el MAS podría controlar prácticamente la mitad de la Cámara Alta, con lo cual aseguraría --en caso de perder una eventual y previsible segunda vuelta-- el bloqueo de una democracia en ciernes que necesita hoy más que nunca propugnar valores, principios y resultados a favor de la dignidad humana y toda la población boliviana.
No se entiende, en consecuencia, la lucha mediática y mayoritariamente politiquera por un eventual segundo lugar, si acaso el MAS fuera ganador de la primera vuelta electoral. El MAS camina al parecer holgadamente en su propia vía de asegurarse espacios en el Parlamento y dar batalla en un casi seguro balotaje. Por lo tanto, las críticas entre los contendientes si bien son claras manifestaciones del “juego político”, obvian por extraña razón que la gran mayoría de los bolivianos (hablamos de más del setenta por ciento, al menos) desean un cambio frontal de eje de poder.
Lo que debería quedar muy claro es que la rivalidad electoral extremista entre Áñez, Mesa y Camacho, por citar sólo algunos nombres, debilita los intereses de una futura coalición de Gobierno. En efecto, restar puntos a alguno de los tres ya mencionados, puede significar que a la postre el MAS, en río revuelto, logre contener el voto no asegurado e indeciso.
Las elecciones venideras deberían hacer posible que el MAS sea hoy, por decirlo en términos corrientes, descapuchado. Y es que muchos no conocen hasta el presente y a ciencia cierta, el nivel de despilfarro económico, los niveles de corrupción y la ligazón con el crimen organizado, durante la pasada administración. Esto debe ponerse en la agenda de la opinión pública día a día, en vez de ajusticiar sin derecho propio o ajeno a los demás contendientes.
¿Cuáles son los intereses encubiertos que mellan la capacidad de un examen crítico de la pasada gestión? ¿Áñez, Mesa y Camacho no deberían instalar ya acuerdos mínimos en la hora de lograr una mejor coyuntura de cara a las elecciones generales?
El autor es abogado y escritor.
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