Sergio Rodríguez Gelfenstein
En un editorial del 3 de mayo del periódico francés Le Monde se hace un análisis acerca de cómo la crisis producida por el coronavirus ha transformado el entorno geopolítico global. En la publicación se señala que Estados Unidos ha perdido el liderazgo mundial y que el orden internacional creado al final de la Segunda Guerra Mundial "ya no se adapta a la realidad del equilibrio de poder del Siglo XXI".
El vespertino parisino aprecia que este sistema ya era frágil antes de la pandemia, aunque reconoce la opinión de aquellos que estiman que lo era incluso antes, es decir desde el momento en que se produjo el fin de la guerra fría. También valora que estos hechos, a los que suma la emergencia de China “desequilibraron gradualmente” el orden bipolar, dando paso a uno de carácter multipolar.
En este contexto, el editorial establece que la unidad de Europa no resistió el golpe propinado por la pandemia, toda vez que no fue capaz de dar una respuesta solidaria con los miembros más afectados. Así mismo, el artículo deplora el “egoísmo” de algunos países que han optado --en la práctica-- por restituir sus fronteras poniendo en riesgo “dos pilares de la Unión Europea”: el espacio Schengen y el mercado único. Finaliza diciendo que a pesar que Europa cree en el multilateralismo está siendo “abandonada por Estados Unidos, codiciada por China, fría con Rusia", por lo cual si desea tener una participación protagónica en el mundo de la post pandemia, debería comenzar por restablecer su organización interna.
Tres días después de la publicación de este editorial, se realizó de forma virtual la reunión cumbre de la Unión Europea (UE) conducida desde Zagreb, Croacia, país que ocupa la presidencia rotatoria de esa alianza. A pesar que el tema principal fue la lucha conjunta contra el coronavirus y las medidas a tomar para la recuperación económica del conglomerado, no se tomó ninguna resolución que indicara la voluntad de los 27 por ampliar su membrecía, a la que aspiran 6 países de los Balcanes.
Los esfuerzos desesperados de Serbia para aceptar ser incluida en la organización regional europea ha llevado al presidente de ese país Aleksander VuÄiÄ a contradictorias opiniones que han ido desde la aceptación en marzo de este año de que “la solidaridad europea no existe” y que “solo China nos puede ayudar” hasta la decisión ahora en septiembre, bajo influjo de Estados Unidos, de hacer un acuerdo comercial con Kosovo, país al que no reconoce, al mismo tiempo que ambos (Serbia y Kosovo) decidieran instalar sus embajadas en Jerusalén, violando una resolución de Naciones Unidas.
Tal vez este hecho sea sintomático, más que ningún otro, de la pérdida de brújula y de los desvaríos de Europa en materia internacional, lo cual ha repercutido en la merma de su prestigio y la pérdida de posicionamiento y protagonismo en el escenario global. Su indefinición identitaria que la ha llevado a ir abandonando su vocación europeísta para ir asumiendo una de carácter atlantista que la subordina a Estados Unidos (a pesar de las evidentes contrariedades y conflictos que le genera), auguran un futuro complicado para la alianza que agrupa a una buena parte de los países del Viejo Continente.
En primera instancia, la preocupación inmediata de la UE es intentar reparar los daños de la crisis” y preparar un futuro mejor para la próxima generación”, según señaló la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al presentar en el Parlamento Europeo las líneas principales de su propuesta de fondo de recuperación en la UE frente a la crisis del coronavirus. Sin embargo, para el Dr. Juan Torres López, Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, “los propios términos utilizados y la naturaleza de las medidas adoptadas indican que lo que se puede conseguir con ese plan es algo muy distinto [de] lo que se dice”.
Más allá de las complicaciones internas y de la ineficiencia mostrada en el manejo de la crisis de la pandemia, la UE confronta otros problemas que, como se dijo antes, dicen referencia a definiciones de carácter identitario. Una de ellas, es su decisión aún no establecida de definir si es aliada o subordinada a Estados Unidos. En este ámbito, Alemania, la principal potencia regional, que ha sido caracterizada como la “locomotora económica” de la Unión enfrenta un variado menú de presiones por parte de Estados Unidos.
Por una parte, Trump amenazó con la retirada de 9.500 de sus 34.500 soldados estacionados en el país centroeuropeo en una decisión unilateral de su gobierno que no fue consultada con su contraparte. En una tibia y vergonzosa respuesta el ministro de Exteriores de Alemania, Heiko Maas, comentó que "la decisión” no fue consensuada al 100% dentro del Gobierno de Estados Unidos por lo que "no sorprende" que no haya acordado la iniciativa con Berlín. Al consultársele al alto funcionario alemán sobre la relación bilateral con su “aliado” norteamericano, Maas se limitó a decir que la relación entre los dos países era "complicada".
Por su parte, en la víspera de que Alemania asumiera la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea el 1 de julio, la canciller de ese país, Angela Merkel, sorpresivamente aseguró que la hora de la soberanía estratégica europea aún no ha llegado, pues todavía existen "sobradas razones", como China o India, (Ojo, no mencionó a Rusia) para "continuar apostando por una alianza transatlántica de defensa y por un escudo protector nuclear común". Una primera mirada a esta declaración refleja las dudas de la principal líder europea respecto de su capacidad de defenderse a sí misma y la justificación --por tanto-- de la necesaria subordinación a Estados Unidos. Merkel lo dejó claro cuando afirmó que el actual entorno mundial requiere que la UE "aporte más" a la causa común de la OTAN, que en épocas de la Guerra Fría cuando Estados Unidos y la Unión Soviética luchaban por alcanzar el rol de ser la mayor potencia mundial. Resulta más que curioso que el hecho de no haber un aporte mayor de Alemania a la OTAN sea la causa esgrimida por Trump para retirar los soldados estadounidenses de las bases militares en ese país.
No obstante esto y agregando una nueva arista al juego geopolítico mundial, Merkel se ha visto obligada a reconocer --a despecho de Trump-- que China tiene un papel relevante en las decisiones políticas y económicas en el mundo. Por ello, la canciller alemana ha dejado claro que Berlín va a continuar colaborando con Beijing.
Incluso en la presidencia rotativa alemana de la Unión Europea, el gobierno de Merkel y ella misma están trabajando para llevar a cabo la primera cumbre entre la UE y China en formato 27+1 por primera vez en 45 años, a pesar de los aplazamientos debidos al coronavirus y de las tensiones surgidas entre Occidente y China tras los sucesos de Hong Kong. Alemania no puede olvidar --también a despecho de Trump-- que China es su principal inversor externo.
Es por ello que Alemania no ha asumido las mismas medidas que Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia en relación con Hong Kong, no adoptando sanciones contra China y tratando de mantener una neutralidad que no genere reticencias en Beijing, donde también están viendo la presidencia alemana como una posibilidad de incrementar los vínculos.
Aquí se manifiesta una de las expresiones del “Vía crucis” al que me refiero. Aunque Europa sabe que las negociaciones con China no serán fáciles si se considera que debe tomar una decisión que se presenta antagónica entre la necesidad de contar con el mercado chino, el comercio creciente entre las dos partes y sobre todo la inversión que está fluyendo a raudales desde la potencia asiática por una parte, y por otra, la necesidad de contar con Estados Unidos para que la proteja de un enemigo que ellos mismos han fabricado a expensas de la voluntad de Estados Unidos, toda vez que no hay amenaza creíble a Europa ni desde Rusia ni desde Irán.
Se trata de definir hasta dónde llega la autonomía real de la UE respecto de Estados Unidos, eso que parecía evidente en tiempos de De Gaulle, hoy ya no lo es tanto. Europa busca desesperadamente encontrar un enfoque equilibrado y pragmático, como lo señala el vicedirector del Instituto de Europa de la Academia de Ciencias de Rusia, Vladislav Belov.
Europa pareciera estar resolviendo el asunto de su relación con China, lo hace por razones económicas ineludibles y por pragmatismo forzoso, pero la agenda internacional está nutrida de muchos elementos en los que no se manifiesta la misma condición en tanto no hay exigencias económicas obligatorias. Ese mismo pragmatismo la lleva a no mostrar rubor en el momento de postrarse ante el amo imperial que la acosa y la humilla. (Continuará).
sergioro07@hotmail.com
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