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¡Felicidades a la cuna de la Virgen de Urcupiña!

Miguel Manzanera, SJ

El 14 de septiembre se recordó también el 110 aniversario de la creación de la provincia Quillacollo, en cuya capital en tiempos de la colonia surgiera la acendrada devoción a su tan venerada imagen.

Posiblemente al leer el título de este artículo, a más de un lector se le despierte la curiosidad y se pregunte ¿Qué tiene que ver Copacabana con Urcupiña? Una primera respuesta obvia remite a dos advocaciones de la Virgen más veneradas en Bolivia, si nos atenemos al número de fieles que acuden a los dos santuarios en sus fiestas el cinco y el quince de agosto respectivamente.

Existe, además, una estrecha vinculación histórica entre ambas advocaciones que permite aclarar el enigma del origen de la imagen de Urcupiña. Para explicar esa vinculación, puesta de relieve por el historiador Marcelo Arduz Ruiz, es preciso remontarse a su origen histórico. Como es sabido fue Francisco Tito Yupanqui, descendiente de familia incaica, quien, después de un largo calvario, modeló la hermosa imagen de la Virgen de la Candelaria, entronizada en Copacabana, de donde le viene esa advocación, que ha llegado a ser universalmente reconocida.

Tito Yupanqui dedicó el resto de su vida a honrar a la Virgen, modelando diversas réplicas de la venerada imagen que, gracias a los numerosos favores y milagros que concedía, adquirió una enorme difusión no sólo en el continente americano, sino también en España. Fueron devotos indígenas los que propagaron la devoción a diversas localidades donde se erigieron capillas y santuarios. Uno de los más fervientes fue Sebastián Martín, originario de una localidad, actualmente perteneciente a la Diócesis de Abancay, en Perú. Vivió de 1574 a 1600 y fue contemporáneo y amigo de Tito Yupanqui.

Según un manuscrito antiguo, el joven Sebastián, llamado así en honor del santo de su natalicio, se encontraba lejos de su pueblo natal con los brazos gangrenados y con llagas por todo el cuerpo por causa de unas astillas que se habían incrustado en un brazo. En esa penosa situación se le apareció en sueños la Virgen, quien, hablándole en lengua quechua, le indicó que fuese a Copacabana y que allí quedaría sano. Sebastián, lleno de fe, se puso en camino y con mucha fatiga logró llegar al santuario de la Virgen, para implorarle su curación. Y realizada ésta de manera milagrosa, Sebastián lleno de gratitud decidió a partir de ese momento dedicar su vida a la difusión del culto a la devoción de la Virgen de Copacabana, adoptando el nombre de “Quimicho”, que en antiguo quechua significa “el que porta o conduce”…

Llevó una primera copia de la imagen realizada por Tito Yupanqui, a Cocharcas, cerca de su lugar natal, y construyó allí una pequeña capilla que resultó ser insuficiente para albergar el creciente número de fieles que acudían a ella. Para construir otro templo, Quimicho emprendió nueva peregrinación para recaudar el dinero necesario, pidiendo que Tito Yupanqui le modelara una imagen más pequeña que el indígena, lleno de alegría, puso en una caja para llevarla en hombros recorriendo por La Paz, Oruro, Potosí, La Plata y por último Cochabamba.

Después de recolectar el dinero suficiente, cuando se disponía a retornar al Perú, cayó gravemente enfermo y murió en Quillacollo, siendo atendido por los religiosos agustinos, a quienes encargó la custodia de la imagen y del dinero que había colectado. Después de su piadosa muerte, una delegación de Cocharcas viajó a Cochabamba para recoger el dinero junto con el cadáver de Quimicho, y regresar al lugar donde se construyó un bello templo en el que reposan los restos mortales de este singular peregrino, rodeados de flores y venerados por los fieles.

Pero la historia no concluye ahí, puesto que según la tradición la imagen que fuera depositada en el convento agustino de las afueras de Cochabamba, en Quillacollo, algunas veces desaparecía del lugar donde se custodiaba y se presentaba simultáneamente a unos niños pastores. Una vez, cuando el rector del convento preguntara sobre dónde se hallaba la imagen, un indígena vino corriendo y repetía “Orko-pina” (…está en el cerro). Por ello los monjes interpretaron que la Virgen deseaba quedarse en ese lugar y más adelante construir el templo de San Idelfonso, donde se venera la imagen de la Virgen de Urcupiña, que como queda dicho se halla relacionada a la de Copacabana.

(De “La voz del Santuario de Copacabana”. Año 5 No. 11 2010).

 
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