Pasan los días y semanas y lo que espera la colectividad no llega: que los candidatos a las elecciones, en aras de los intereses supremos del país, renuncien a su soberbia y petulancia; que ellos, por responsabilidad y conciencia de país, convengan en la urgencia de no desperdiciar el voto, de no hacer que la dispersión de sus contrarios sea la carta de triunfo del candidato masista que, está visto, no necesita ni publicidad ni propaganda porque lo que hacen los otros candidatos es asegurarle buenos resultados. Triste el papel de quienes viven consentidos de sus virtudes y posibilidades para triunfar el l8 de octubre; dolorosa su situación porque ese optimismo no los llevará a nada o, cuanto más, repetirán lo que hizo un candidato a la presidencia hace varios años que aseguró “llegar a contar con el 74% de los votos” y la verdad es que sólo alcanzó a tener el 3% sin que ese resultado siquiera lo sonroje y vivió tranquilo.
La soberbia, madre de todos los pecados, se ha hecho característica de nuestros políticos que se creen lumbreras irremplazables y que la presidencia de la República los espera, que el pueblo está con ellos, que son esperados con esperanzas; triste y decepcionante creencia de que el pueblo piensa y siente así cuando, en realidad, no cree ni piensa en ninguno porque cada uno decepciona y el posible votante no sabe en quién creer ni por quién votar y lo único que sabe es que no votará por el candidato masista que ha dado muchas pruebas de ser coautor de las barbaridades cometidas por el presidente cocalero en casi catorce años de desgobierno.
Hasta hace tres meses, había la certeza de que uno de dos probables sería el elegido; pero, los dos se han encargado de decepcionar a quienes confiaban en ellos. Por otra parte, existe la esperanza de que la Sra. Áñez renuncie a su candidatura y se quede como Presidenta Constitucional de la República, cargo que, si bien o mal con algunos traspiés, va cumpliendo a satisfacción de la mayoría; pero, no hay tal renuncia y, por el contrario, parece que persistirá en su candidatura aunque, conciencialmente, debe tener la certeza de que sus posibilidades son mínimas o inciertas en las actuales circunstancias de desconcierto que todos los políticos se encargaron de crear en el país; es decir, que la política partidista demostrando poca o ninguna responsabilidad se ha encargado de sembrar situaciones inciertas, poco o nada confiables respecto a las reales intenciones de cada candidato que, parecería, sólo busca el poder por el poder y como medio de reemplazar al gobierno totalitario de algo más de trece años que tanto daño causó a la nación.
La situación se ve agravada por el hecho de que el masismo se vería en condiciones de lograr sitio importante en los resultados electorales y ello implica creación de temores y desconfianza en el pueblo que teme la repetición de yerros y delitos por parte del candidato masista que, además, ha sido el autor y hasta promotor del descalabro financiero del país y fue factor decisivo de los errores cometidos y que él, con seguridad, repetiría al contar nuevamente con poder absoluto.
La situación política, económica y social es grave y no se presta a los juegos de azar que hacen los candidatos al iniciarse el período de mostrar intenciones y programas. El hecho de que la Presidenta, aunque sin proponérselo, al realizar cualquier acto gubernamental, da la impresión de valerse del cargo para pregonar su candidatura, le resta autoridad moral, la hace ver por parte del pueblo como una persona poco seria y que estaría valiéndose del gobierno para alcanzar un primer lugar en las elecciones. Esto implica surgimiento de desconfianzas y susceptibilidades en la población.
Ante situación tan incierta, y como acto supremo de entrega sólo a las causas del país, lo que corresponde es que la Dra. Áñez renuncie a su candidatura y atienda sólo la Presidencia de la República que asumió constitucionalmente. Lo cierto es que, fue craso error su candidatura que en modo alguno le correspondía hacer. Hoy, corregir ese yerro y como medio de alcanzar la paz y armonía, corresponde una renuncia que, a su vez, arrastraría la renuncia de los demás candidatos que, finalmente, verían la urgencia de la unidad y la designación por parte de todos ellos, de un candidato -el que merezca mayor confianza- que los represente y al que apoyen incondicionalmente. Este proceder mostraría que efectivamente tanto a candidatos como a sus propiciadores, lo que importa es el país y que es posible renunciar a cualquier interés o conveniencia en aras de los intereses supremos de la patria.
Hoy, hay muchas condiciones para que todos los candidatos a la Presidencia, abandonando su soberbia y petulancia, renuncien a su candidatura para luego, con miras a conseguir la unidad y con la fortaleza de una sola candidatura ser capaces de enfrentar al masismo que, por obra de los políticos se sienten seguros de ganar. El país espera renunciamiento y conciencia de ver realidades por parte de los candidatos y de quienes los apoyan institucionalmente; espera también que los valores se sobrepongan a los intereses y conveniencias creados, que la conciencia de país esté latente en sus corazones y que razonen que la patria es madre de todos y anhela actitudes de grandeza de espíritu por parte de sus hijos.
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