Los tiempos han cambiado, por consiguiente la época de las vacas gordas pasó, sin pena ni gloria. Nos referimos a la bonanza económica que tuvo su origen en los altos precios de nuestras materias primas, que solventó, durante catorce años, al régimen autoritario del fugitivo que reside en Buenos Aires. Según entendidos, en 2012 se habría suscitado el mayor superávit fiscal en el país. Pero no fue aprovechado para promover el desarrollo nacional.
Ahora se impone la era de las vacas flacas que conlleva, obviamente, austeridad y solidaridad, en días adversos. Que los que tienen más, compartan con los que tienen menos. Ajustarse el cinturón será una de las premisas, no sólo para el ciudadano de a pie, sino también para quienes están en el árbol. Evitar, básicamente, el gasto y despilfarro. Ya no más compra de aviones, vehículos de lujo, canchitas, obras faraónicas ni elefantes blancos. Todo ello tomando en cuenta que el futuro económico es sombrío.
El milagro boliviano se debió ayer al auge de los precios de nuestros recursos naturales. El país percibía cuantiosos ingresos, por exportación del gas natural. Pero hoy esos ingresos se han reducido, porque no hay demanda. Y porque los precios han bajado en el mercado internacional. Ahí radica nuestro mayor problema.
El país, en este marco, sobrevive a una profunda crisis económica, generada por la anterior gestión gubernamental, la que fue agravada por el Covid-19 y el inhumano bloqueo de caminos que se mantuvo por más de diez días.
Crisis que no será resuelta de la noche a la mañana. Por consiguiente: el venidero es oscuro e incierto. Una situación que tendrá que ser encarada por quien resultare electo, como presidente de la República, en las elecciones que se avecinan. Pero éste, para solucionar tan delicado problema, tendría que surgir respaldado no sólo por el voto ciudadano, sino por recursos económicos que le permitan inyectar fortaleza y solidez a las arcas del Estado. O posiblemente vuelvan los tiempos de la emisión inorgánica de billetes. Ya veremos.
Tendría que asumir señales que devuelvan la fe, la esperanza y seguridad, a la población boliviana, que vio frustradas sus aspiraciones de mejores días, en los últimos catorce años. Pero con actitudes y proyectos, serios, en la búsqueda de la reactivación económica del país, con empleo digno y seguro, con salud y educación, fundamentalmente en Democracia.
No habría que esperar que alguien muera de hambre. Por lo menos hubo ahora bonos sociales, oportunos, que permitieron aliviar las necesidades más apremiantes, en los sectores más desprotegidos, particularmente, en estos meses de coronavirus.
En suma: jóvenes y mayores bolivianos acudirán a los recintos electorales, contaminados por el virus de origen chino, buscando respuestas convincentes para sus requerimientos de paz, trabajo y bienestar social, de quien resultare electo, democráticamente, sea de izquierda o derecha, en las próximas semanas.
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