Las crisis, aunque parecen haber sido creadas como desafíos para el ser humano, muchas veces tienen tendencia a complicarse más, a actuar con mayor contundencia, por esfuerzos que haga la capacidad humana, no siempre son posibles de encontrarles las debidas soluciones o remedios acordes con las necesidades colectivas, especialmente cuando el origen de ellas radica en los campos económicos y que, en la mayoría de los casos, quienes están en posición contraria al gobierno o a quienes deben buscar las soluciones, “los problemas planteados tienen salidas muy apropiadas que ellos podrían aplicar” y que de ponerlas en práctica serían funestas y simple repetición de graves errores con retornos a problemas nunca superados por anteriores regímenes y contrarios a lo que realmente convendría.
La verdad es que cuando se trata de no repetir errores, no sólo hay que referirse a aquellos que tuvieron influencias decisivas en los desastres económico-financieros; también es necesario ver las situaciones que, muchas veces, han dado lugar a los desastres y sobre todo a su influencia en el campo social y, aunque no se crea, ellos tienen, casi forzosamente, su razón de ser en las actitudes políticas, en la imposición de gobiernos ilegales, en la falta de patriotismo y consecuencia de quienes, por su condición de ser servidores del país, deberían tener --como premisa en todos sus actos-- responsabilidad.
Gobernantes, miembros de los poderes Legislativo y Judicial, dirigentes de instituciones, entidades cívicas, empresarios, sindicatos y organizaciones de otro tipo, tienen que convenir en la urgencia de asumir responsabilidades porque no caben, en las actuales circunstancias, posiciones demagógicas que muchas veces asumen dirigentes políticos, sindicales o cívicos; tampoco corresponde que las autoridades obren con incoherencias y cuiden solamente el prestigio, la posición momentánea de sus partidos políticos o vean las perspectivas futuras a través de conveniencias personales o de grupo.
Es preciso reconocer, en todos los niveles de la sociedad política, económica, social y hasta cultural que en por lo menos en los últimos sesenta años, hemos querido y aceptado la vigencia de ideologías negativas, falsos populismos o demagogias absurdas que, bajo diversos calificativos inventados por las extremas izquierdas llamados “revolución” con programas y doctrinas que por diversas posiciones calificadas como yerros fueron anuladas, pospuestas y hasta traicionadas por muchos de sus propugnadores que dándoles el calificativo de “revolución nacional” o “revolución cultural” y hasta “revolución del comportamiento”, se ha hecho lo que no se debía y, como demagógicamente había que mostrar lo que sea, todo lo que estaba bien o debidamente encaminado y mejor planificado, se lo ha desviado, tergiversado u olvidado, en perjuicio de la nación.
Es evidente que hasta finales de 2005, se ha tratado de corregir y modificar malas conductas y hechos contrarios al país, de corregir lo mal hecho, de enmendar errores y desandar los malos pasos dados; pero, el camino se hizo muy difícil y escabroso porque las circunstancias cambiaron y muchos errores se hicieron crónicos y hasta se encallecieron hasta el extremo de que no fue posible extirparlos porque todo mostraba la llegada de mayores extremos con el crecimiento de la inmoralidad o, más claramente, la corrupción que, poco tiempo después, adquirió la condición de hacerse intocable y hasta impune.
Análisis somero de todo lo que hemos pasado, señala claramente que no debemos repetir errores del pasado sean políticos, económicos, sociales o de cualquier tipo porque no podemos ni debemos hacer de Bolivia un país inviable; no caben más políticas estatistas que no sean efectivas, coherentes, productivas, constructivas con miras al desarrollo y progreso sostenidos para cumplir con el bien común. Debemos entender que ha llegado el tiempo de repensar seria y responsablemente el país; no hacerlo querrá decir que, por esperar mejores circunstancias --en repetición viciosa de pretextos pasados-- estaremos cavando las sendas por las que, en precipitada y peligrosa pendiente, corran los males de la demagogia, la anarquía que siempre deriva en el caos, la inflación y aumenten grave y grandemente las simas de la pobreza.
Estamos en tiempo pre-electoral aunque, como siempre, en medio de la inmadurez y soberbia de la política partidista, de un gobierno encabezado por la Presidenta Constitucional que, lamentablemente, también era candidata, vemos cómo hay aventureros que juegan a la política y a ver qué resulta de proclamarse candidato; en fin, estamos en condiciones muy difíciles para la nación; pero, de los pasos que dé el gobierno en el futuro inmediato, de lo que haga el empresariado privado, de cómo se comporten las empresas públicas, de actitudes constructivas y honestas de las entidades cívicas y especialmente de la madurez, honestidad y responsabilidad de las entidades sindicales, dependerá el futuro.
Todo lo pasado y experimentado demuestra que si el país fue inviable en muchos aspectos, ha sido por obra y gracia de todos, nadie puede sentirse libre de culpas de todo lo ocurrido. Todos, en mayor o menor proporción hemos actuado con indiferencia, con incoherencias y conductas muy alejadas de las conveniencias nacionales inclusive al comprometer el voto en favor de quienes han hecho mucho daño. Estas verdades duelen, pero es preferible mitigar ese dolor con nuevas actitudes y esperanzas, que serán efectivas con posiciones constructivas, trabajo, disciplina y esfuerzo conjunto; de otro modo, deberemos sumirnos, nuevamente, en un mar de mutuos reproches y de repetir errores que tanto daño nos hicieron.
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