Las experiencias sufridas por todo el país por causa del inmenso fraude cometido por el masismo en las elecciones del pasado año, dan lugar a que en buena parte de la colectividad haya surgido una dosis muy grande de desconfianza y susceptibilidad sobre el Padrón Electoral que, con seguridad, ha sido alterado totalmente para que “gane” el ex candidato oficial. Al margen de ello, seguramente se ha cometido muchas arbitrariedades que dieron resultados favorables para quien dijo ser “gobierno para muchos siglos”. Las muchas experiencias recogidas por los auditores de la OEA seguramente muestran casos en que ánforas que debían contener un máximo de 300 votos portaban mucho más cuando cada libro no podía contener ni uno más de 300. Otros casos como “llenado de ánforas con el total favorable al oficialismo” o el asalto a notarios electorales para “reemplazar ánforas por otras llenadas previamente” y otras “pequeñas trampas” que, de nombrarlas, serán listas interminables.
Sería interesante que el Tribunal Supremo Electoral autorice la revisión y control permanente de las ánforas, si éstas ingresan realmente al recinto electoral, si el votante coloca efectivamente su voto en el ánfora , si ésta ha sido entregada debida y oportunamente a la corte respectiva y si en ésta se ha recontado todos los votos y verificado su autenticidad sin cambios indebidos. El Padrón debió ser conocido hace tiempo; sin embargo, muy poco se dice de él. A propósito, ¿qué dice de él el TSE? ¿Se garantiza plenamente la idoneidad de cada notario electoral? Hay muchos interrogantes que habrá que responder para tener certeza, alguna certeza de que las elecciones se lleven a cabo en marcos de total independencia, limpieza y honestidad.
No se debe olvidar que de la transparencia del Padrón Electoral dependen el prestigio del TSE y, sobre todo, los buenos resultados del proceso electoral. Si este medio de control efectivo no está debidamente conformado se corre riesgo de que surjan dudas y susceptibilidades, que haya diferencias entre las diversas candidaturas y que la población desconfíe, una vez más, de la pureza del proceso que, conforme pregonan las autoridades electorales, es prueba de la dignidad y eficiencia tanto de la institución como de la democracia que se quiere mantener en forma incólume.
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