Al finalizar la Contienda del Chaco, el presidente Eusebio Ayala y el vencedor, Mariscal José Félix Estigarribia, comparecieron ante el Tribunal Superior del pueblo paraguayo “por no haber ganado suficientemente la guerra”.
Dramáticos y escuetos apuntes tomados del Diario de Campaña “Boquerón” de sus épicos protagonistas, general Manuel Marzana Oroza y el autor, mayor Alberto Taborga T., sitúan las escenas fatales del 29 septiembre/1933. Luego, un par de fragmentos de las memorias del General Ángel Rodríguez, en su obra crítica “Autopsia de una Guerra”, reflejan cómo fue conducida la catástrofe.
Hoy, cuando yace extinto el bizarro Ejército del Chaco y sus organizaciones, el patrimonio de postguerra custodian las Fuerzas Armadas. Pesa nuestro incumplimiento de deberes, puesto que habiéndolos tenido a mano durante lustros, aquellos ex combatientes no fueron entrevistados como eran merecedores, para que sus irrepetibles testimonios en primera persona, develaran con narraciones veraces y exclusivas sus hazañas, amarguras y los oscuros entretelones del conflicto, no siempre coincidentes con discutidas historias bibliográficas. No fue acopiada la palabra de incontables guerreros y, que ahora, ya no los tenemos. Historias cinceladas por nuestros Beneméritos abuelos y progenitores, habrían catapultado aún más, su sobresaliente comportamiento moral bajo banderas en estado de guerra internacional.
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“La cañonera “Humaitá” entra en el puerto de Asunción. Trae a bordo a los prisioneros de Boquerón. Abigarrada muchedumbre aguarda en los muelles. Los silbidos anuncian la hostilidad colectiva a los bolivianos. Cólera y odio concitamos los que, en veintitrés días, habíamos colmado los cementerios y hospitales del Paraguay”, deja dicho el mayor Taborga.
“La multitud dispuesta al ultraje, se paralogiza. Vacila. Ha cambiado en segundos la faz de su indignación… Grueso velo de lágrimas empaña las pupilas de hombres y mujeres… Los prisioneros de Boquerón son piltrafas humanas a las cuales un niño no haría daño. El pueblo paraguayo, hidalgo, no articula un reproche. El estupor y la consternación estrujan las gargantas”.
-“¡Bravo Marzana! Es la señal. La multitud rompe filas… Unos ofrecen agua, otros cigarrillos y “chipás” (pan de mandioca). Las mujeres preguntan por nuestras madres, quieren saber si tenemos hijos… Idiotizados, maltrechos, malferidos, soñolientos, no atinamos a responder. ¡Dormir, dormir! Es lo que anhelamos. Ojalá nos fuera dado dormir para siempre”, describe angustiado el heroico militar boliviano.
“Somos prisioneros del Mayor Britos, Comandante del Regimiento ‘Itororó’ II de Infantería”, crepita en la trágica fecha.
Hay que reconocerlo -dice la prensa asunceña-, los bolivianos en la grandiosa Batalla de Boquerón demostraron heroicidad sin límites. Fueron enemigos magníficos y valientes.
El mayor Taborga rememora al presidente Eusebio Ayala, quien en declaración nobilísima reconoció el valor moral de aquellos 619 soldados, quienes diezmaron a centenares de sitiadores paraguayos.
“Los oficiales bolivianos que se batieron en Boquerón y hoy nuestros prisioneros, provocan un sentimiento admirativo. Se comportaron con tal bravura y coraje, que merecen todo nuestro respeto”.
“METAFÍSICO DEL FRACASO”
Así denominó al presidente Daniel Salamanca, el escritor Augusto Céspedes, según recuerda el Teniente de Reserva Aurelio Monasterios da Silva, quien en su libro “La caída de Salamanca”, retrata la relevancia histórica del General Ángel Rodríguez, Jefe de Operaciones del Comando en Jefe en campaña. Militar de indiscutible calibre moral, intelectual, Brigadier Mayor en el COLMIL.
Monasterios enjuicia a Salamanca. “La conducción de las operaciones bélicas, por un ciudadano, si bien muy inteligente, pecaba por su absoluto desconocimiento guerrero”.
“De su parte, el general Ángel Rodríguez, quien ostentaba su perfeccionamiento en la École Militaire Saint Cyr, de Francia, sostenía “el Ejército era un instrumento político, jamás fue un instrumento de guerra”. “Así lo contemplaron y quisieron los diferentes Presidentes de la República”. Le dolía que el Ejército “era presentado sólo en paradas”.
“La guerra no consiste en arrastrar gente como a corderos rumbo al matadero”. …“Al iniciarse la movilización al Chaco, las tropas llegaban a Villazón, o sea la terminal del ferrocarril, y desde este punto, distante más de mil kilómetros, principiaba el vía crucis; no existían alojamientos, ninguna distribución de víveres ni combustible; sin ninguna orientación militar, era la marcha heroica hacia la catástrofe. Se obedecía al Capitán General…”, subraya el lúcido estratega.
Enérgico hacia la cuestionada conducción de Salamanca, lo presentaba como “primero Cala-Cala, y después Bolivia”.
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En el Siglo-21, desde octubre 2018, Bolivia amnésica olvida al “metafísico del fracaso” marítimo en La Haya.
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