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Entre la libertad, la ética y el voto ciudadano

Marcelo Miranda Loayza

Para Immanuel Kant “la libertad es una característica moral del ser humano, ligada a su racionalidad”, es decir que para que una persona ejerza de manera plena su libertad, ésta debe estar ligada indefectiblemente al uso pleno de la razón. La libertad es toda elección moral que es capaz de imponerse incluso por encima de las propias afecciones, inclinaciones o deseos; siguiendo esa premisa, surge la inevitable pregunta de cara a las elecciones generales en el país ¿hasta qué punto ejerzo en plena libertad mi derecho al voto? La respuesta en si resulta complicada, pues muchos electores si bien ejercerán este derecho, no lo harán en plena libertad, ya que su intención de voto estará supeditada a intereses personales y/o partidarios, los cuales en la mayoría de los casos no se encuentran cimentados bajo la premisa de un bien superior.

No es novedad que funcionarios públicos deberán emitir su voto a favor de determinados candidatos para así mantener sus puestos de trabajo y, por ende, poder llevar el pan a la mesa en sus respectivos hogares. Pareciera a primera vista que esta “elección” personal nada malo conlleva, pues implícitamente se está tratando de velar por el bienestar familiar y/o personal. ¿Acaso es esto malo? Para Kant el uso de la libertad se convierte en ético solo cuando se dé en forma libre, sin que medie influencia alguna en la hora de elegir, en este caso puntual. El voto consigna o el voto obligado no constituye un hecho ético en sí mismo, pues se encuentra condicionado por intereses propios, los cuales anulan la autonomía de la libre elección.

El mismo razonamiento puede ser aplicado a los militantes de x o z partido político que ven en el “derecho al voto” una forma permisible de conseguir algún puesto de trabajo en la administración pública. En ambos casos el voto se convierte en “utilitarista”, es decir que solo es útil en tanto y en cuanto sirva para fines propios o del partido político en el que se milita.

¿Es acaso la democracia en Bolivia utilitarista?, la pregunta emerge nuevamente del derecho al voto, si un elector siente que su voto puede servir para la construcción de un mejor país, pues se ve a sí mismo como útil, ya que su decisión puede coadyuvar a este propósito. El problema surge en la hora de elegir, pues el elector en pleno uso de su racionalidad tendría que librarse de agentes externos que inclinen su preferencia hacia tal o cual candidato, lo cual lastimosamente no sucede en nuestro sistema democrático, donde la libre elección no encuentra fuentes confiables de propuestas racionales, los debates simplemente no existen, los spots son en su mayoría mentirosos y los discursos políticos son vacíos y cargados de una especie de “escatología del desastre”. Por ende, la libre elección queda amañada hacia un utilitarismo mentiroso de la democracia; para Kant este hecho es carente de moralidad y ajeno a la ética.

Entonces, ¿a quién debemos elegir? Tenemos ante nosotros una situación de discernimiento ético/moral bastante complicada, pues nuestra democracia utilitarista nos ha dado a elegir entre una mentira y dos verdades engañosas; nos encontramos en la disyuntiva Kantiana de optar por el camino más cercano a la ética y la moral en el momento de emitir el voto. La política boliviana desde sus inicios se ha caracterizado por hacer de la mentira el camino más útil para gobernar, los últimos 13 años no han sido la excepción, incluso llegando a mentir sobre la propia mentira, pese a ello la percepción de un sector de la población boliviana es la de que en la última década vivíamos en una especie de isla, la cual se encontraba ajena a las profundas crisis de nuestros vecinos. Es como si se encontrasen encadenados en las profundidades de una especie de “caverna platónica”, la cual describía el filósofo griego del Siglo IV a.C.

Por otro lado, tenemos a la verdad engañosa de que los caminos del país tomarían un rumbo distinto si se optase por el candidato con mayor posibilidad de vencer al Movimiento al Socialismo, verdad engañosa porque simplemente no existe ninguna propuesta de este candidato de tomar un camino distinto al MAS, es decir, seguir con una visión socialista, más refinada, pero socialista al fin y al cabo. Y por otro lado (con menos posibilidades), tenemos al "paladín" de la Fe, el cual no repara en gastos en la hora de utilizar a conveniencia símbolos religiosos (tanto católicos como evangélicos) como si se tratasen de banderas políticas. Es verdad engañosa, simplemente porque utilizar la Fe como instrumento de poder es una de las tentaciones más antiguas dentro de la Fe judeocristiana.

Siguiendo los preceptos Kantianos debemos ejercer nuestro derecho al voto en pleno uso de nuestra libertad, incluso haciéndolo por encima de nuestros propios intereses, racionalizando nuestra decisión y evaluando las consecuencias que emerjan de ello. Nos encontramos en las puertas de una de las elecciones más difíciles y trascendentales de la historia de nuestra democracia, lástima que no haya de dónde elegir, pero aun así, tendremos que hacerlo. Joseph Ratzinger (Papa emérito Benedicto XVI) afirma: "El primer servicio que la fe le presta a la política es, pues, liberar al hombre de la irracionalidad autoritaria de los mitos políticos, la voz de la razón nunca suena tan fuerte como el grito irracional". Definitivamente, elegir entre la irracionalidad de la mentira y el delito, la verborrea humanista y vacía del admirador de la Escuela de Frankfurt o la versión falseada de la Fe en política no será tarea fácil.

Marcelo Miranda Loayza es Teólogo y Bloguero.

 
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