El bienestar integral del ser humano es una de las preocupaciones máximas de la Iglesia que, interpretando cabalmente la intención de Dios al crearlo, hizo del ser humano el ser supremo de Su obra y la razón para que Su hijo, Jesús, viva, muera y resucite para conseguir que Dios, el Padre Eterno, perdone los pecados de la humanidad y llegar al perfeccionamiento de Su obra. Es, pues, la Iglesia Católica la intérprete de la voluntad divina para coadyuvar a Sus intenciones con miras a hacer del universo el remanso de perfeccionamiento y felicidad del hombre. Este es el sentir de la doctrina cristiana, es el pensamiento del papado y de quienes dirigen la Institución Eclesiástica como instrumento de Dios. Y todo esto es, pues, reflejo de lo que en sustancia se llama el Bien Común o sea el pueblo que, como conjunto de seres humanos, debe alcanzar perfección en su vida; pero son los mismos hombres los que tienen que ser co-autores de ese perfeccionamiento como medio para alcanzar los objetivos supremos concebidos por el Creador.
Entre las mayores preocupaciones de la Iglesia Católica está el bien común en el que gobernantes y gobernados actúen de consuno para que el hombre tenga una vida digna, plena y constructiva con virtudes que le permitan no solamente superar sus necesidades corporales y materiales, sino que éstas, a su vez, sean medio para la superación espiritual, comportamiento que muchas veces las autoridades mundanas critican porque conciben que la Iglesia “sólo debe preocuparse por el bienestar espiritual de sus fieles y no atender, en absoluto, las urgencias y necesidades del ser humano que es labor de los gobiernos”. Falsa posición porque el hombre fue creado integralmente en cuerpo y espíritu con miras a su perfección, a conquistar o conseguir todos los bienes que le hagan falta y conseguir justamente que esos bienes contribuyan a su bienestar espiritual.
La Iglesia, como instrumento de Dios, no puede ni debe abstraerse de intervenir, directamente o no, material y espiritualmente en la vida de los hombres porque para ello ha sido instituida por Cristo que salvó al mundo con su muerte y resurrección. La Iglesia, conformada por hombres, está obligada a servir y amar al pueblo, a atenderlo en sus necesidades y urgencias, a velar por su bien material y espiritual; no puede ni debe vivir marginada de la vida de la humanidad porque es parte indivisible de ella; consiguientemente, debe intervenir en toda política inherente al ser humano y si es necesario luchar por sus derechos. Quienes no creen que debe ser ese el comportamiento de la Iglesia Católica viven equivocados hasta por el hecho de que no conciben que ella combate el pecado, el mal que debilita y anula al hombre en sus virtudes, valores y principios; a ellos, los contrarios a la obra de Dios, todo lo que se haga en bien del pueblo, no corresponderá porque estará destinado a cooperar en la misión impuesta para lograr justamente el bien a favor de todos los hijos de Dios.
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