Algo más que palabras
“Cuidado, que la vida pasa y no vuelve, aprovechémosla para vivirla como un momento de conciliación”.
Hay que volver a las raíces. Lo vivido puede ayudarnos a repensar momentos actuales. El encuentro de ámbitos diversos es lo que verdaderamente nos transforma, frente a esa activa cultura de los enfrentamientos, de las piedras en el alma, de los muros entre fronteras. Ya está bien de elevar frentes, en territorios que son poesía y que los hemos convertido en zonas crueles, bajo el lenguaje de la necedad, puesto que el orbe ha de ser de todos y de nadie en particular. Desde luego, tenemos que abandonar esas pedagogías confusas, que todo lo corrompen con el espíritu de las dobleces.
Aislarse no tiene sentido, hay que salir de uno mismo, despojarse de egoísmos y trabajar unidos por un objetivo común, la distribución equitativa de los recursos naturales, sin derroches y con la ilusión de entendernos. Quizás todos tengamos que poner más pasión en lo que hacemos, más justicia en lo que obramos, más autenticidad en lo que decimos. Lo importante es resolver los problemas por medios pacíficos, poner oído a lo que dicen todas las culturas, escuchar a nuestra propia naturaleza (el cambio climático es más mortal que el coronavirus), entrar en acción abriendo circuitos planetarios, que destierren la difusión de informaciones y noticias falsas, que lo único que fomentan son los desencuentros y las venganzas.
El descubrimiento de América en 1492 fue trascendental para todos los moradores, y el 12 de octubre se ha considerado como un día memorable, porque a partir de entonces se inició el contacto entre Europa y América; que, sin duda, es un paradigma de actitud receptiva, de inclusión y de sentarse a escuchar la diversidad de vivencias y modos de vivir. Desde luego, no hay que perder jamás la capacidad de sentirnos, primero a nosotros mismos, y después de aguzar el oído con el que nos acompaña. Esta es la gran lección a considerar. Por desgracia, el mundo de hoy es en su mayoría un mundo indiferente, que nada en la sordera y que camina ciego, con el único interés de aglutinar poder para aplastar a su análogo.
Necesitamos, evidentemente, un cambio de aire, que nos lleve a reencontrarnos con lo auténtico, que será lo que nos haga despertar y salir de la estupidez, de ese camino doctrinario que nos impide ser energías libres y corazones bondadosos. Cuidado, que la vida pasa y no vuelve, aprovechémosla para vivirla como un momento de conciliación. Miremos el modelo de nuestros antecesores, de aquellos navegantes dispuestos a perder el miedo consigo mismo y con los demás. Tenían fuertes aspiraciones de recomenzar nuevas vidas. Las donaron al servicio del bien común; dando a su capacidad de amar, una dimensión universal capaz de traspasar todos los intereses mezquinos, todas las barreras históricas o culturales.
Está visto que aquellas gentes, activos navegantes, al apasionante encuentro de tierras diferenciales, les movían los deseos de advertirse entre sí y de donarse. Quizás, solo nos comuniquemos a través de ese abecedario generoso, en la medida en que nos anunciamos a los demás, renunciándonos a nosotros mismos y poniéndonos a su disposición, más allá del propio grupo. Esto explica el afán y el desvelo por explorar desconocidos horizontes, por bordear nuevas historias, por sentirnos parte de esa lirica dimensión marina, de que una ola comprenda a otra ola para sentirse más celeste, más inmensidad, más vida en suma. Indudablemente, del encuentro con otras realidades es como en verdad avanzamos y nos crecemos hacia ese hermoso poliedro donde todos hallen un lugar, donde realizarse y desvivirse por vivir.
Ojalá aprendamos a verificar, en este espacio globalizado (aún no hermanado), ese renovado sentido de unidad de la familia humana. Aquellos navegantes, naturalmente, habían aprendido el significado de que la vida es el arte de hallarse, y se propusieron lanzarse al mar a la búsqueda de sus semejantes. Ansiaban sembrar sus valías y sus valores. Los encontraron y les mostraron las mejores sintonías, dentro de sus debilidades humanas, pero sí que reconocieron en ellos el derecho a ser diferentes. A partir de este reconocimiento, hay que facilitar la búsqueda de vínculos, persistiendo en la lucha por favorecer la cultura que nos fraternice; lo que nos exige a cada cual, dignificarnos en el respeto y en la consideración hacia toda persona. Un día abrazamos América y nuestros predecesores arriesgaron su propia existencia; hoy abrecémonos a ese ciudadano empobrecido y vulnerable que nos llama en la puerta de cualquier esquina. En verdad seamos una ciudadanía solidaria. Nos toca serlo. Tal vez tengamos que despojarnos de este pedestal privilegiado en el que nos movemos. Sea como fuere, todo requiere sacrifico y constancia; pero, siempre tras de sí, brilla la luz como esplendor de aplauso.
Víctor Corcoba Herrero es escritor.
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