Ernesto Bascopé Guzmán
La mayoría de los ciudadanos votará el 18 de octubre con el deseo de cerrar un ciclo especialmente nefasto en la historia política nacional. Así, buscaremos reducir la influencia, tan destructiva y perniciosa, del partido del fraude en las instituciones republicanas. No obstante, sería un error creer que una victoria de las fuerzas democráticas constituirá el fin de la impostura, el fraude y la violencia política. En realidad, se trata del principio de una lucha, probablemente larga y compleja, para eliminar los residuos del autoritarismo masista.
Lo cierto es que ese partido seguirá incidiendo en la vida política del país, con sus peores prácticas y sus amenazas criminales. Por otra parte, y más grave aún, siguen en pie las ideas que justifican el comportamiento antidemocrático y vertical de dicha organización. Ideas, dicho sea de paso, compartidas por buena parte de lo que en Bolivia pasa por intelectualidad, así como en el mundo académico y de la cultura.
Entre las concepciones totalmente contrarias a una sociedad libre, encontramos la idea de que la democracia es sólo un medio para alcanzar el poder total. Para muchos miembros de la vieja izquierda, reciclados en muchos ámbitos, las elecciones no serían otra cosa un método algo menos sangriento que una revolución para “tomar el poder”, como se dice en la jerga comunista. Bajo esta lógica, no es difícil comprender que el partido azul haya organizado el fraude electoral más grosero de nuestra historia. Para ellos, al final de cuentas, una elección no pasa de un mero trámite.
Podemos citar también la idea, absolutamente autoritaria, que atribuye una representación popular privilegiada a ciertos sindicatos y grupos de poder. Para los defensores de este anacronismo, el ciudadano debe inclinarse, fundirse inclusive, en estos grupos corporativos. Hablamos de entidades tan verticales y poco democráticas como la COB, la Csutcb, los sindicatos cocaleros y ciertas federaciones de juntas de vecinos. Está claro que, en su seno, el individuo se convierte en un engranaje, en una célula o, peor, en carne de cañón para conflictos sociales. Recordemos también que estas instituciones son muy fáciles de comprar, ya sea con prebendas o, más prosaicamente, con dinero.
Finalmente, encontramos la idea, bastante difundida lamentablemente, sobre el supuesto derecho de unos pocos a utilizar la violencia para alcanzar sus fines. Entre los privilegiados estarían justamente los miembros de ciertos sindicatos o algunos personajes enloquecidos que creen estar a la vanguardia de la “lucha revolucionaria”. Al respecto, no hace falta mencionar que este delirio ha servido recientemente para justificar bloqueos criminales de caminos, con varios muertos por falta de insumos médicos, o el curioso deporte de jugar con dinamita cerca de plantas de combustible.
Entonces, en el mediano y largo plazo, está claro que los ciudadanos bolivianos con espíritu democrático deben combatir estas ideas perversas. No solamente por su carácter inmoral sino porque constituyen los cimientos sobre los que el MAS, y otras organizaciones criminales de izquierda, han construido su legitimidad y poder.
Corresponde combatir este consenso antidemocrático ahí donde es más fuerte: en ciertos círculos académicos y en lo que en Bolivia se asume, de manera bastante generosa, como mundo intelectual. Ahí encontramos a los principales defensores de estos principios anacrónicos.
Por supuesto, la condición ineludible es que las fuerzas democráticas prevalezcan el 18 de octubre. Si no es el caso, si cierto espíritu regionalista no retrocede en su apuesta temeraria, el masismo, esa patología política, no permitirá ningún debate ni reflexión, y menos aún cualquier oposición a sus ideas. Será el inicio de una larga noche autoritaria. Felizmente, la decisión está todavía en manos de los ciudadanos.
El autor es politólogo.
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