Hay diferencias en los equipos superiores de los gobiernos de los que toma debida nota el pueblo, distancias que se hacen notorias por lo perjudiciales que, a la larga, dan lugar a renuncias o, en casos, despidos. Todo ello porque es notoria la improvisación, la “urgencia” de cubrir el cargo, la necesidad de que el gobierno esté completo; urgencias que son dañinas porque las soluciones son precipitadas, hechas sin medir consecuencias porque no se medita ni se piensa ni se miden capacidades e idoneidad necesarias para el desempeño de una función que es de servicio y no es, no debe ser, simple cobertura de un espacio, de un puesto o cargo que hay que llenar.
Un elemental razonamiento enseña que es mejor meditar, pensar, analizar, medir y juzgar serenamente que obrar o actuar precipitadamente sin medir consecuencias y, sobre todo, si conviene la cobertura precipitada de un hueco funcional producido en el gobierno y que, realmente es innecesario e inconveniente por haber sido “creado” para beneficiar al partido o a un pedido interesado; esta forma de obrar determina crecimiento irracional de la burocracia que, por más eficientes funcionarios que pudiese tener, resultan inútiles y contraproducentes para la buena marcha de lo que debe cumplirse.
Obrar con apuros, precipitadamente, ha sido forma de obrar de los gobiernos y la consecuencia se la tiene en cambios perjudiciales. Todo esto es simple consecuencia de la falta de institucionalidad que es preciso preservar en la administración del Estado. Conforme a las leyes, ningún funcionario designado “a dedo” es bueno ni digno, no es capaz ni eficiente, no puede ser responsable y es incapaz de ser honesto y honrado por haber sido nombrado “por muñeca”, “por orden del partido o del jefe” que disponen discrecionalmente de la administración del país. Lo que queda como lección es, simplemente: gobernar con tino, serenidad, paciencia y conciencia de lo que se hace; lo contrario, siempre resulta contraproducente.
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