No hay duda que escuchando reiterados pedidos para que la Asamblea Legislativa se renueve con gente joven, tanto el MAS como Comunidad Ciudadana complacieron al electorado, considerando como jóvenes de treinta a cuarenta años de edad, pero dejándose llevar por esa pauta no dejaron de incorporar a sus planchas tanto damas como varones que apenas sobrepasan los veinte años, no sólo en la Cámara Baja, también en la Cámara Alta.
Dicho pedido sugería también que la política se oriente a la renovación de los cuadros de la “vieja política”, cuyos miembros se turnaron –decían—del Legislativo al Ejecutivo o de las empresas descentralizadas, del servicio exterior o viceversa, describiendo un círculo poco virtuoso (catorce años continuos de gobierno es también vejez).
Si bien la juventud debe desarrollar su papel, no se olvide que desde la Biblia “en el medio está la virtud”. Además, si bien los jóvenes son necesario y hasta indispensables en determinadas actividades y emprendimientos, de hecho no es un título de sabiduría, de equilibrio y tampoco de honestidad, en los tiempos que corren.
Es una especie de axioma que el nivel de diputados se componga de un contingente de personas jóvenes, aunque no precisamente veinteañeros. El impulso y fogosidad de tal estrato es necesario dentro de las características de Diputados, e inherente a los políticos que inician o siguen su embarque en materia política.
En cambio el Senado (senex) es un nivel de mayor reflexión y análisis de las leyes y de las determinaciones legislativas propias. Debería ser el escenario de parlamentarios maduros en edad y en pensamiento. En ese ámbito no debe haber cabida para demasiados impulsos. Es necesario recordar, por ejemplo, que la Constitución le asigna al Senado el juzgamiento de la alta cúpula del Estado, asignación de máxima responsabilidad y equidad. Tendrá que tomarse nota de esta tónica común a los países institucionalizados.
Como siempre, tal cual la debilidad de los líderes y de la militancia de los partidos tenemos “misses” y modelos destinadas a la atracción de votos sólo por su belleza, tal vez sin más expectativas. A su vez, encontramos personajes posiblemente buenos para muchas cosas, menos para el Parlamento.
Los “levanta manos” tendrán menor ejercicio por carecerse de los dos tercios. Ahora habiendo bancadas opositoras de regular número se espera debates de mayor amplitud y con mejores fundamentos. Por lo menos este es el deseo de una ciudadanía que en catorce años careció de un referente que le atraiga atención.
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