La costumbre es ancestral aymara, herencia de los colonizadores y desde la colonia se establece que el 1 y 2 de noviembre es una celebración del Día de los Fieles, fiesta de Todos Santos y Difuntos. Tiene un origen en el cristianismo antiguo que fue obtenido mediante la Iglesia Católica en Roma en 1311. Está consagrada internacionalmente por su intencionalidad del encuentro con las almas de los difuntos, seres queridos que Dios los llamó.
La creencia de que los espíritus llegan a la tierra en el Día de los Difuntos puede adjudicarse a lo que se conoce como purgatorio, pues las penas se purgan en un lugar intermedio entre la tierra y el cielo.
Esta festividad es católica, no debe ingerirse bebidas alcohólicas porque no es fiesta pagana, es una celebración del Día de los Difuntos y se recuerda a los familiares queridos desaparecidos que dejaron este mundo para pasar al más allá. Es el día de encontrarse -en la mente y espíritu- con aquellos seres que pasaron a mejor vida y se hallan descansando en paz y gozando junto a Dios Nuestro Señor Padre. Así lo cree la población católica.
Es una milenaria tradición en que amas de casa, familiares y amigos del difunto, preparan la “mesa de los muertos” para recibir con recogimiento espiritual a las almas que llegan a medio día del 1 y visitan a sus deudos y se van al medio día del 2.
En un sitio preferido de la casa está arreglada la mesa con la fotografía del desaparecido, generalmente en la sala de recepción. Se pone en ese mueble fúnebre: masitas variadas, bizcochuelos, t’antha-wawas, panales, maicillos, frutas dulces y chicha morada que son típicos del “Día”, además de velas encendidas y flores. Se sirve al segundo día las comidas preferidas del difunto. Hay creencia que cuando la habitación está sin gente, el alma del difunto, bebe y come lo que más le gustaba en vida, saciando su sed y apetito.
En el altiplano y zonas marginales, se colocan cigarrillos, coca, alcohol, pisco y masas con rostros de niños. La habitación se adorna con guirnaldas, papel morado y flores. Existe otra ceremonia, cuando el finado está pasando su primer año, los familiares cumplen un rito especial ante el altar preparado en la sala de visitas o la habitación del ser fallecido, se coloca su retrato, se encienden velas y un crucifijo cubierto con un velo negro o morado, para hacer orar a los concurrentes e invitarles comidas, surtido de masitas, chicha de maíz y caña.
No son los parientes los únicos que rezan a sus muertos, en los cementerios hay gente que recorre el campo santo; niños y ancianos de ambos sexos que van al panteón a rezar y cantar canciones religiosas, “que se reciba la oración” expresan luego de orar y reciben obsequios de panecillos con figuras humanas, de animales hechos de harina, pintados con airampo rosado, maicillos y de comida, un plato de ají de arvejas, se dice que con estas manifestaciones, el alma bendita se sentirá contenta, sabrá, que se lo recuerda con amor y luego de haber compartido por 24 horas con sus seres vivos, retornará a los cielos del Padre Todopoderoso, satisfecha de haber visitado a sus allegados y comprobado que estos continúan añorando su presencia.
Nadie sabe cuándo, cómo y dónde uno dejará de existir, puesto que nadie tiene la vida comprada. Para los buenos, la muerte es un puerto de descanso, para los malos es un naufragio. Después de dejar este mundo cada uno tendrá que comparecer ante la presencia de Dios para ser juzgado.
Jesús claramente dice, que todos resucitarán, ya sea para la “resurrección de la vida o para la resurrección de la condenación”. La muerte es la consecuencia, es el pago del pecado, es el fin de la existencia terrenal. La vida no es más que un sueño. Tengamos presente, Dios recoge a los buenos y el diablo se los carga a los malos.
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