Contra viento y marea
La tradición política de los EEUU se resume en las doctrinas de dos partidos que se han repartido alternadamente desde hace más de 150 años la presidencia de la que hoy es la primera potencia económica, militar y tecnológica del mundo.
Cierto es que en ese escenario, existen otros dos o tres partidos, sin contar el comunista, que en esa realidad sociopolítica y cultural, no han tenido, y nada hace prever que algún día tengan, alguna trascendencia electoral. De esa manera, la competencia más que sesquicentenaria se reduce a republicanos y demócratas. De éstos últimos sale el electo presidente Joe Biden, de quien ya todos conocen su dilatada carrera en la arena política.
Pero lo que no todos parecen entender es que en el sistema político del país del norte, las cosas no son como funcionan a partir del Río Bravo hacia el sur, porque a pesar de que la carrera por la presidencia en los Estados Unidos de América en ocasiones es tan trapacera entre los candidatos que, aunque con otros componentes, se asemeja a la de los países latinos de este continente, penetrando en lo más recóndito de la intimidad para descalificar al oponente, y que aun habiendo diferencias marcadas en los idearios doctrinales de ambas organizaciones políticas que hacen al ejercicio del poder; en lo fundamental, tanto republicanos como demócratas tienen una visión casi clonada en cuanto a la economía; y es que ambos son resueltamente capitalistas.
Aunque técnicamente el Partido Demócrata es de tendencia izquierdista, en los hechos ningún presidente de esa filiación promovió o ejecutó desde el salón oval como programa de gobierno, un estado controlador de la economía, que es el eje doctrinal del socialismo, para no hablar de la distribución de la riqueza respecto a lo que, para ellos tanto como para los republicanos, no existen mayores diferencias.
Las visiones respecto a política exterior son prudentemente dispares, pero en su posición frente a la intervención del Estado en la economía, salud y educación, los demócratas tienen una postura tan moderada, que se funde con las corrientes más progresistas de los republicanos.
Existen diferencias aunque no de fondo en sus visiones respecto al aborto, al matrimonio homosexual y los temas raciales que a la población anglosajona parece interesarle más que a otros grupos étnicos de la Unión. En cambio, la brecha se amplía en temas como el tributario y en el área militar en cuanto a presupuestos; en éstos últimos, demócratas y republicanos parecen irreconciliables. Pero en lo fundamental, las teorías marxistas o engelsianas están muy lejos de ser las preferidas entre los estadounidenses. En consecuencia, Joe Biden es un liberal con el más puro estilo yanqui, esto es, muy distante del liberalismo europeo, porque si así fuera estaríamos hablando de un conservador. Una de las armas en la millonaria campaña republicana (aunque curiosamente más modesta que la de su contrincante) fue fallidamente, introducir en la memoria colectiva que el ahora electo presidente es un socialista. Nada más falso, porque los Estados Unidos no se decantarían por un Presidente de esa tendencia. Y aunque no se puede negar que en partidos tan grandes como el demócrata, hay dirigentes con tendencia socialista como Sanders, que en caso de haber ganado las primarias no significa que los Estados Unidos hubiera entrado a fortalecer el sistema socialista del mundo; en su escala ideológica, las tendencias socialiberalistas se consideran de izquierda, lo que en Latinoamérica equivale al centro y aún a centro derecha en temas especialmente económicos.
Así, los gobiernos tercermundistas alineados a China, Rusia o Irán, se inflaman inútilmente las palmas de las manos con sus efusivos aplausos por la victoria de Biden, porque con su eventual oponente no hay grandes diferencias. Por tanto, su comportamiento tanto en lo interno como en las relaciones internacionales está determinado por políticas de Estado, antes que por ilusorias afinidades ideológicas.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.
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