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[Armando Mariaca]

La pandemia puede ser fuente y factor de unidad


Hasta la aparición del coronavirus a finales del año 20l9, lo menos que podía suponerse es que haya unidad en el mundo, que la división y discrepancias eran normales para todos y que en muchos casos todo ello se mostraba con enfrentamientos, diferencias, desacuerdos y hasta guerras a más de actos terroristas y discrepancias de cualquier tipo en los diversos países; pero, nadie se percató de cambios que tendían a producirse, cambios que transformarían la vida de todos sin distinción alguna de naciones, países, pueblos y comunidades de toda clase que tendrían un objetivo común: enfrentar al coronavirus en todas partes donde surgió abruptamente, sin aviso previo, sin que nadie se percate de algo que sería como una plaga extensible por todas partes y cobrando víctimas que sumen millones de casos y cause la muerte de miles de personas en casi todos los países.

El virus hecho pandemia se hizo, pues, factor de unidad porque todos, de alguna forma borraron sus diferencias y pensaron en cómo defenderse de un enemigo que se hacía común y que atacaba sin conmiseración ni tregua alguna, que no importaba si ya habían muertos y heridos por guerras y diferencias entre hombres que demostraban en el diario vivir que no hay enemigo mayor del hombre que el mismo hombre. Al inicio del mal que se hizo general se pensó en “una gripe como todos los años”; pero, ¡sorpresa general! No era gripe, era algo diferente, distinto pero que ataca indistintamente a todos, sin diferencias ni cálculos de posiciones políticas, económicas o de cualquier índole; todos resultaron apropiados para la pandemia. Por primera vez en la historia se produjo un ataque global, masivo contra toda la humanidad; un ataque que cobraría víctimas que escapan a las mismas estadísticas, un ataque que encontró desprotegidos por todas partes y sin medicamentos apropiados ni tratamientos conocidos, ni médicos debidamente preparados y sólo perplejos ante un mal que no estaba ni en sus textos de medicina; algo nuevo, inaudito e inapropiado para un mundo desunido pero que lo unió el dolor sentido por igual por todos.

Y la humanidad no sale aún de su sorpresa y busca vacunas, remedios con qué contrarrestar el mal y prevenir a posibles víctimas que alteraron sus formas y medios de vida, que se sometieron a controles y disposiciones sobre cómo comportarse, con qué defenderse y cómo evitar contagios; se resignaron a aceptar prohibiciones y reglas no conocidas. Una pandemia que se hicieron muchas conforme a como se iban imponiendo de acuerdo con la disminución o aumento de los ataques. Pandemia que parece jugar con el dolor y las esperanzas de una humanidad nunca conforme consigo misma y desalentada de lo que podía y tenía porque no razonaba desde principios de amor y confianza entre todos los seres humanos; una pandemia que no esperaba reacciones inmediatas pero que se produjeron porque surgieron los instintos defensivos en los seres humanos que no aceptan, de buenas a primeras, ningún embate que pretenda destruir, debilitar y hasta exterminar a quienes habían complotado contra la naturaleza que es reducto y fundamento del ser humano y de todos los males a los que está expuesto .

La pandemia a la que estamos sometidos todos los habitantes del orbe, trajo consigo un desafío para todos: unidad en torno a lo que ataque y cause daños y perjuicios, a todo lo que signifique diferencias y antagonismos, divergencias y diferencias, contradicciones y carencias de bienes que todos los hombres rechazan cuando puede tenerlas a raudales; diferencias que podrían hacer que se entienda la importancia y relevancia en la vida de la unidad, la fraternidad, el respeto y las mutuas consideraciones que deben existir como fundamento y base de convivencia entre todos los seres humanos que hagan de la humanidad un haz de entendimientos y armonía donde reinen virtudes que se conviertan en valores y principios.

La pandemia ha logrado algo de bien haciendo mucho mal y puede hacer que lo avanzado tenga su final con hechos concretos, durables, creíbles, honestos y honrados. Puede, mientras asuela pueblos y hogares, que todos busquen remansos de felicidad para recomponer lo que esté mal y hacer felices a quienes conforman el entorno familiar o los grupos de sociedades desquiciadas, separadas, desunidas y con diferencias abismales que no dejan espacios para el entendimiento y la amistad en sana armonía. La verdad es que cada uno de los miles de millones de personas puede encontrar en la pandemia un contrapeso para sus padecimientos y hacerlos favorables para una convivencia constructiva y capaz por sus propios méritos acrecentados por el dolor y las amarguras sufridas desde la aparición del mal convertido en una especie de castigo por una parte y hecho esperanza de combatir todo mal incrustado en la profunda sima de la miseria humana para convertirla en la cima de salud, bienestar y felicidad creados por Dios con ese amor de padre que muchas veces rehúye la humanidad debido a su soberbia y petulancia.

 
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