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[José Carlos García]

Remembranzas

No todo puede ser negocio


Parte I

Recordaba hoy que hace como un año vinieron a cenar dos jóvenes que se casaban pronto y nos explicaban lo atareados que andaban, porque “todo en esta vida es negocio”. “¿Hasta el matrimonio?”, pregunté. Ella saltó, “pues claro, se trata de un contrato”. “Pero hacer el bien, apunté, amar a alguien, compartir saberes, acoger a quien lo precisa, amar a los hijos, familiares, alumnos y visitar a enfermos terminales… ¿esto también es negocio?”.

Sonrieron y al unísono respondieron los dos, titulados por prestigiosos centros de estudios superiores en España y en otros países: “Pues, claro, al final todo es negocio y cada uno busca siempre su interés y su beneficio”.

“Pero beneficio e interés no pueden ser sinónimo de económico, apunté. Ese fue el error de Marx al interpretar el concepto de interés o beneficio de J. Locke como interés económico con la historia de que “si vamos al carnicero él no nos entrega la compra por generosidad sino por su propio interés; al igual que el cervecero”.

Por eso, ellos habían enviado a los invitados el número de una cuenta bancaria para que pudieran ingresar su “regalo”. “Es más práctico y todo el mundo lo hace” (sic). Mi mujer y yo nos miramos, y ya no dijimos nada más porque ambos podríamos, al cabo de 54 años, recordar a quienes nos habían hecho cada regalo por nuestra boda. Y uno de los regalos, de unos abuelos nuestros, se lo habíamos entregado en mano con la grabación en la panera de plata, de sus iniciales que coincidían con las del… biznieto.

Sonrieron con cierta condescendencia, y como anfitrión y familiar de más edad, capté la mirada de mi mujer y pasamos a otra cosa.

Pero en mi interior sentí pena. En un lapso infinitesimal “se presentaron”, como en un relámpago sin “tiempo cronológico pero sí kairológico, retazos de una vida dedicada a compartir saberes, experiencias vividas, viajes por más de 80 países, como enviado especial, como escritor, como profesor de universidad en su año sabático y como presidente de la ONG Solidarios para el desarrollo, por veinte países del África subsahariana para dar conferencias y charlas en sus universidades y animar a sus rectores y profesores, junto siempre con la presencia de nuestro embajador, para garantizar el envío del material y de los medicamentos, y de su recogida en los aeropuertos en nombre de nuestra embajada por ser más rápido y seguro.

Se trataba de poner en marcha Centros de Medicina Preventiva en universidades públicas, no privadas, para las que se comprometiesen a cuidar con esmero el material que les enviaríamos para consultorio, enfermería, laboratorio y farmacia. Nos encargaríamos de reponer los medicamentos y los específicos para el laboratorio siempre que fuesen para todos los alumnos sin excepción, pero sin la respetable, pero no asumible costumbre de incluir a todos sus “parientes”. Nuestros diplomáticos y yo conocíamos bien las admirables costumbres africanas y su concepción de la grande famille, pero se trataba de abrir Centros de Medicina Preventiva, sostenidos por la ONG, por el que pasarían todos los alumnos al comienzo de curso y cuando lo necesitasen.

 
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