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[José Carlos García]

Remembranzas

No todo puede ser negocio


Parte II

La Universidad de cada país africano visitado se comprometía a aportar dos profesores de Medicina, para turnarse en la consulta; un profesor de Química farmacéutica para el laboratorio junto con uno o dos laborantes, así como algún profesor de Farmacia con ayudante y las enfermeras necesarias.

Todos los alumnos tendrían su ficha y el seguimiento de su estado de salud durante todos sus estudios, así como el relato de todas las analíticas realizadas y la dispensación responsable de medicamentos, no así el de las atenciones en enfermería. Toda esa información confidencial les serviría para sus investigaciones y estudios, tesinas y documentación de primera calidad puesto que a esas universidades acudían los mejores alumnos de cada comunidad, etnia o grupo social. También podrían hacer “prácticas” alumnos bien seleccionados por su capacidad y responsabilidad.

A los jóvenes estudiantes sólo les pedía en mis charlas abiertas que compensasen esa atención médica al regresar a sus lugares y poblados compartiendo información sanitaria seria y cuidados sobre higiene, vacunas, alimentación, sexualidad responsable, etc.

Y en ese lapso sin tiempo se “mostraron” treinta años de aulas de cultura en diez centros penitenciarios de España organizados por la ONG que había fundado con un grupo de alumnos y de alumnas de nuestra facultad de CC de la Información, así como las visitas semanales a enfermos terminales o a los que nadie visitaba, a los enfermos de SIDA desde sus comienzos, a los asilos de ancianos, o a quienes viviesen solos en sus casas, la atención a inmigrantes, el voluntariado en Don Orione, en hospicios y hospitales para jugar con niños y distraerlos, la Vivienda compartida entre más de cien ancianos y cien alumnos en varias ciudades de España, la recogida en sus casas de estudiantes impedidos para traerlos a la UCM y llevarlos a sus casas, la atención cada noche en varias ciudades de España a Personas sin hogar haciendo nuestras rutas con comida, café con leche caliente y capacidad de escucha sin juicio alguno pero facilitando a quienes lo pedían un tríptico con los lugares en la ciudad en donde podrían recibir atención médica, comida, ropa, ducharse, descansar, información sin esperar nada a cambio… pour le plaisir de partâger como me habían enseñado mis padres y L’abée Pièrre, fundador de Los Traperos de Emaús, en París, cuando yo tenía apenas 18 años, y otros inolvidables maestros.

También formábamos voluntarios para otras ONG que trabajaban en campos especializados como cáncer, prostitución, personas con alguna discapacidad, etc., porque nosotros teníamos la fortuna de poder acceder a muchos estudiantes en nuestra universidad. Igual sucedió en varios países de Latinoamérica y en muchos países del norte y del África subsahariana occidental, así como en Palestina, Siria, Iraq e Irán para sus centros de salud y envío de bibliotecas muy seleccionadas de 3.000 o de 6.000 libros a Escuelas de Magisterio en esos países de América y en los departamentos de español de universidades subsaharianas.

Por no seguir, pues fue como un relámpago y había comprendido que para quien tiene otra concepción del vivir apoyada en “cuanto más, mejor y no en cuánto mejor, más” intentar convencer a quienes tenían ejemplos de sobra de solidaridad, de justicia social y de sobriedad compartida sería no sólo inútil sino “contrario” a las normas de la hospitalidad.

Cuando pasamos de la mesa al salón a tomar café y charlar… me sentía como “algo” extraño, como campana sin badajo, como agua en un cesto o como un sombrero lleno de lluvia. Como címbalo que retiñe… sin sonido. Por eso, me apoyé en el privilegio de la edad para retirarme y sentarme en mi estudio a hacer un rato largo de silencio, antes de acostarme. Uno no se puede venir abajo sin tener presente el consejo de Chuang Tzú “No olvides cuando caigas que el suelo te ayudará a levantarte”.

José Carlos García Fajardo es Prof. Emérito U.C.M.

 
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