“Recordar es volver a vivir”, es una frase conocida. Recordemos que Bolivia recibía, entre el 2003 y 2014, ingentes montos de dólares, por la exportación de gas natural a la Argentina y Brasil. Dos únicos mercados que fueron consolidados por gobiernos anteriores al período 2006 y 2019. Los volúmenes eran cuantiosos y los requerimientos apremiaban. Dio lugar, inclusive, a ocho años de superávit fiscal. Nos referimos al período 2006 y 2013. Increíble, pero cierto. Jamás hubo, en la historia económica del país, situación con esas características.
Aquel recurso energético alcanzó precios elevadísimos en el mercado no sólo regional sino mundial. Iba acorde con el precio del barril de petróleo, que fluctuaba entre 100 y 150 dólares. Subrayemos que éste, en la década de los 80 del siglo pasado, apenas se cotizaba en 10 dólares, un precio ínfimo. La columna vertebral fue, en esos tiempos, la minería. El estaño, en particular, materia prima que está entre los commodities.
Por consiguiente, vivíamos tiempos de bonanza económica y no sabíamos qué hacer con tanto dinero. Lo hemos despilfarrado, sin pensar en el venidero. Sin tomar las previsiones para casos de emergencia nacional, como la pandemia del Covid-19, sin ir muy lejos. Hoy no queda rastro de esa lluvia de billetes verdes. No lo hemos administrado con inteligencia ni honestidad. Y al rededor nuestro surgieron los nuevos ricos. Y como resultado de ese festín ahora necesitaremos estirar la mano ante organismos internacionales, en procura de algún crédito. Como en los tiempos austeros, de aquellos gobiernos llamados neoliberales.
Nos hicieron creer que en Boyui, jurisdicción del departamento de Tarija, había un mar de gas. Pero la búsqueda no dio los resultados esperados. Tal cosa no existía. Tampoco Lliquimuni, en el norte de La Paz, era reservorio de ese recurso natural. De veras que nos tomaron el pelo. Y tanto dinero invertido en la exploración, inútilmente.
La economía nacional depende mucho de la exportación de gas a mercados vecinos. Y seguirá dependiendo, hasta que digan lo contrario las reservas. Pero bajaron los volúmenes de venta a la Argentina y Brasil. Y no sólo los volúmenes, sino también los precios. Ello significó menos divisas para el erario nacional. Posiblemente, dada esta situación, no haya dinero suficiente para encarar nuevos proyectos. A raíz de esta realidad se asumió, inclusive, recortes presupuestarios a gobernaciones, municipios y universidades, para la gestión 2021. Ciertamente el hecho ha afectado el presente y el futuro del país. Es que hemos vivido, durante estos últimos años, a expensas del auge de la exportación hidrocarburífera, con la mentalidad de “Ahora o nunca”.
Pues nos veremos urgidos de recurrir al financiamiento externo para sobrevivir en la recesión que proviene de 2014. Es decir, desde la caída de los commodities en el mercado internacional. El papel de la empresa privada debería ser protagónico en esta coyuntura económica tan difícil. Asimismo, se debería aceptar y garantizar la inversión foránea. En el entendido, por supuesto, de lograr la reactivación económica, con empleo seguro y digno. De ahí que no convendría dictar medidas que ahuyenten a las entidades empresariales.
En suma: sólo con el esfuerzo mancomunado lograremos salir adelante.
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