El presidente Luis Arce en sus primeras alocuciones hizo referencia a la austeridad que asumirá su gobierno. Un término que implica moderación y sobriedad. Una conducta marcada por la sencillez, como signo de humildad y estrechez. Sin gastos superfluos, indudablemente. Es decir, con actos ajustados, estrictamente, a los tiempos signados, por una economía en crisis, que genera inquietud e incertidumbre, en un país con más de once millones de habitantes.
Palabras que, oídas y analizadas, se constituyen en una advertencia no sólo para los integrantes de su gobierno, sino para la ciudadanía, de que vienen tiempos difíciles, a raíz de la recesión, agudizada por las medidas preventivas, adoptadas en la lucha por la vida, la salud y el bienestar, durante la pandemia del coronavirus, en el pasado reciente. Que trajo consigo desempleo y pobreza, no sólo acá sino en la región y el mundo. Hubo cierre de empresas no porque quiso la presidente anterior, sino como efecto del devastador “enemigo invisible”. Hubo corrupción, como en el caso de los respiradores, no porque quiso la presidente, sino porque incurrieron en ese mal algunos de sus colaboradores. No hubo inversión foránea, porque lo impidió la emergencia sanitaria. Que se impuso la paz, porque quiso la presidente. Que se resguardó un colchón financiero, porque quiso la presidente.
Recordemos que Bolivia vive, y sobrevive, gracias a la exportación de sus recursos energéticos. Un rubro tradicional que contribuye aún a impulsar la actividad económica. En 2014 cayeron, desafortunadamente, los precios de los commodities, entre ellos el del gas natural en el mercado internacional, reduciendo los ingresos para las arcas del Estado. Ahí es cuando se originaron nuestros problemas de índole financiero. Situación que fue empeorada por la presencia del virus de origen chino. Actualmente vivimos pendientes del precio del barril de petróleo en el mundo. Si sube la cotización, en alguna medida, batimos palmas.
Hubo, como sabemos, un tiempo de bonanza económica, porque el gas natural había alcanzado precios extraordinarios, a la par con el barril de petróleo, en el mundo. Entonces hubo alborozo. Posiblemente creíamos que no cambiaría esa realidad. Y no tomamos previsiones para el venidero. Ahora hablamos de austeridad y de un “paquete de medidas económicas”, cuyo contenido sería dado a conocer en próximos días, según autoridades nacionales.
Nuestros mayores redoblaron esfuerzos para que ese producto se multiplique. Con ese propósito alentaron la exploración, la explotación y exportación de gas a países vecinos. En principio, de manera prioritaria a la Argentina. Fuimos el primer proveedor de gas natural a ese país. Fuimos el primer productor en la región sudamericana, para mucha honra.
En la agenda de los gobiernos de turno, de la década de los 60 del siglo pasado, ya estuvo inserto el tema de los recursos energéticos. Se mencionaba, en aquellos días y de modo insistente, a la Argentina, que gestionaba el gas boliviano.
“Nos queda entonces la cuestión del gas. Tenemos reservas considerables de esta materia prima y se nos ha abierto la posibilidad de un mercado vecino interesante como el argentino. Se hace así imperativo que el Gobierno adopte las medidas para acelerar el desarrollo de tan importante riqueza. De no aprovechar hoy el mercado argentino, corremos grave riesgo de perderlo”, afirmaba un gobernante de esa época.
En suma: los bolivianos debiéramos prepararnos para los días que vendrán.
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