Acerca de los discursos de la posesión de los dos principales mandatarios del país, se comenta bastamente que el de David Choquehuanca tuvo un tono conciliador, pacifista y de esperanza respecto al gobierno de Evo Morales, caracterizado por la confrontación y que a la vez sus palabras marcaron contraste con los juicios vertidos por Luis Arce. La retórica del vicepresidente giró solamente en torno a la a la narrativa de la doctrina originaria ancestral del Ande, prescindiendo en absoluto de los valores y la cultura no indígena de Bolivia, lo que implica de entrada discriminación y subestimación, alejadas de la equidad y equilibrio que correspondían a un discurso inaugural de una gestión que comprenderá al conjunto de la Nación y no sólo a un sector. El país es un haz de espigas de diversas semillas y no es un haz unívoco.
Choquehuanca aprovechó la oportunidad para revelar y enarbolar la doctrina autóctona ante los gobernantes de visita y representantes de diversos países, habida cuenta que no se la conoce más allá de Bolivia, Perú y Ecuador. La participación de entes internacionales, como la ONU, han aportado con numerosos insumos a la construcción moderna de esta narrativa, restando originalidad al contenido ancestral pretendido. Es indudable que el discurso aseguraba la cosecha de aplausos de la mayoría de los legisladores identificados con tales ideales, sin cumplirlos. Esto no significa generalización alguna.
La versión moderna --si así puede llamarse-- de estas ideas es la reivindicatoria, pero de rasgos vengativos de Fausto Reinaga, teórico a quien se debe la aversión colonial y a los miasmas subsistentes en la República. Reinaga pertenecía a la clase media pero fue un enconado y mordaz detractor de ella, pese a sus requiebros con los inicios de la Revolución Nacional. Evo Morales, García Linera y el MAS aplicaron a plenitud el maniqueísmo reinaguista.
El discurso vicepresidencial no pisó el terreno de la realidad ni de la sinceridad. No fustigó la praxis contemporánea originaria, tan distante de la doctrina andina. Vastos sectores indígena-originarios recurren a la violencia, al autoritarismo y a la confrontación. Desprecian la tolerancia con el “otro”, con el distinto. Genéricamente lo tratan de extraño y advenedizo. Son fraccionalistas y no ven la unidad nacional como ideal de realización. Posiblemente en la Bolivia profunda, muy profunda, subsisten los valores y el pensamiento originario puro. He tenido la suerte personal de conocer y tratar a originarios imbuidos del bien y la verdad en su íntimo sentido y orientación.
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