Después de catorce años de anarco-populismo, durante los cuales la palabra producir había desaparecido por completo del lenguaje y del pensamiento de la ciudadanía, el presidente Luis Arce Catacora acaba de recuperarla de entre las cenizas en que la dejó la presidenta Jeanine Áñez.
El término “producir” había sido sustituido por las palabras “consumir” y “gastar”, ya que casi nadie trabajaba y esperaba bonos, prebendas oficiales o una “pega” burocrática con más beneficios, etc., de tal forma de no tener el “problema” de trabajar y esperar el día glorioso de ir a cobrar a la ventanilla de un banco el bono providencial.
Se estableció entonces que lo mejor del mundo era ganar sin trabajar, principio inefable, aunque, para otros, era una bendición distribuir dinero del Estado para hacerse elegir de por vida, es decir, eternizar esa política de que cuando más pobre es el pueblo, es cuando mejor obedece.
Esa sabia política populista de vivir sin trabajar y tener asegurado el salario en el banco de la esquina, causó, sin embargo, una crisis económica monumental que agravaron las medidas de Jeanine y la pandemia del Covid-19, que fue la máscara para cubrir y prolongar el desastre indefinidamente. Por esos conceptos se abandonó la tierra, fueron cerradas fábricas, se inventó “elefantes blancos”, se creó y fomentó el contrabando, se incrementó el cultivo de coca y anexos, etc. Nada o casi nada se producía. “Producir” era poco menos que una mala palabra.
Pero, parece que ese paraíso está por terminar. El presidente electo, Luis Arce C., poniendo los pies en la tierra desenterró la palabra mágica “producir” en Trinidad y comentó que vivimos en medio de una serie de crisis de toda naturaleza, producto del desbarajuste de políticas económicas del pasado de bonanza y ocio y que “la única esperanza” es trabajar. “La única estrategia para salir de la crisis es la producción. La producción es el único camino para salir de la pobreza”, sabias palabras después de tantos años de chacota y abstracciones, incluyendo aquella que comparó la economía de Bolivia con la de Suiza. El gobernante que tiene en sus manos la capitanía y el timón de la nave del Estado puede llevarnos a buen puerto en medio del tempestuoso mar y sorteando escollos visibles e invisibles en que navega el país.
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