Pese a los lamentos de la mitad de nuestra población por haber perdido en las elecciones del 18 de octubre pasado, existe un saborcillo de boca, placentero, que aún lo paladeamos y nos causa dicha: es el hecho de no haberle permitido a Evo Morales robarse los comicios de hace un año. Ya había tendido la trampa electoral el líder cocalero, había echado sus redes capturando a Carlos Mesa, su principal contrincante, cuando la población dijo basta. Al cabildo cruceño le siguió una sublevación general en toda la república, y Morales, anonadado, asustado al extremo de olvidarse de su bravata de salir del Palacio con “las patas por delante”, huyó antes que nadie lo amenazara. Seguramente que sus seguidores lo creían un superhombre, macho como él se proclamaba, y se defraudaron. Un año después ha retornado a sus cocales, macho nuevamente, dizque dispuesto, otra vez, a dar su vida por el “proceso de cambio”.
Pero, bueno, como digo al comienzo, nos quedó un “gustininín” almibarado pese a la acidez, con solo haberlo detenido en su descarado afán de presidir la nación por cuarta vez consecutiva. No lo dejamos. Quiere decir que, dentro de nuestra desgracia, algo importante ganamos al correrlo hasta Argentina. Por lo menos, durante un año, soñamos con no verlo ni oírlo más. Fue un sueño breve porque nos despertó la pesadilla consecuencia del encono estúpido entre los candidatos que estaban destinados a mantener a Bolivia dentro de la anhelada institucionalidad y al autócrata cocalero lejos.
Lo que se nos viene en adelante va a ser muy pesado y va a exigir que hagamos funcionar la mollera. Desde luego a fiscalizar la gestión de Arce, que ha comenzado muy mal, con una visión totalmente andina del país, alejada de lo oriental. Pero, además, habiéndose hecho el desentendido con la estafa de los dos tercios en la Asamblea, un oprobio contra el trato que se esperaba civilizado entre oficialismo y oposición. Lo que está por verse todavía, pero que huele feo, es la relación que tendrá Arce con su jefe, Evo Morales, y cómo repercutirá en la marcha de nuestra democracia.
El Alto es ahora ampliamente masista, pero ahí ganó hace pocos años Soledad Chapetón de UN. Así también, puede dejar de serlo si entre los alteños surge un líder propio, un paceño auténtico, que no obedezca a las directivas generadas en el trópico cochabambino y promueva un relevo contra lo que va a ser casi 20 años de influencia del MAS. El Alto no se ha caracterizado precisamente por ser leal a un solo líder; en cada elección presidencial o municipal cambia de favorito diametralmente y descompone todas las predicciones. El Alto quiere ser el contrapeso a Santa Cruz, eso se sabe; pero también al Chapare donde se ha trasladado el poder político mientras Morales esté instalado allí presidiendo un indisimulado gobierno paralelo, incómodo para todos. El Alto, en cuestión de pocos años, ha pasado de la marginalidad a tener tanto o más poder que la ciudad de La Paz, que se ha estancado y depende de los recursos que le genera un centralismo cada vez más secante.
Santa Cruz de la Sierra, la ciudad, también está comenzando a ser amagada por grandes barrios periféricos (como fue El Alto para La Paz en su momento) y por pueblos que se han convertido en ciudades, como es el caso de Montero y otras del norte cruceño. El crecimiento poblacional incontrolado en esas zonas, que se multiplica diariamente, dedicadas a la informalidad, el comercio y la explotación de tierras, hace pensar que en un lustro tampoco podamos vislumbrar no sólo quién será el presidente de la nación, sino quiénes serán el gobernador o el alcalde de la capital. Se supondría que, para las elecciones de marzo, no habrá mayores novedades en cuanto a vencedores, pero ojo que ya se ven algunas nubes amenazantes y no hay que olvidar que nada es inverosímil en cuanto a candidaturas en estos tiempos.
Si el mes pasado el MAS recuperó el poder político en el país, no pueden existir descuidos en cuanto a los poderes regionales. Santa Cruz como departamento y también como capital no se puede dar el lujo de cederle a los masistas ni la Gobernación ni la Alcaldía. Sabemos que el padrón electoral juega en favor del MAS, aunque lo nieguen; por lo menos que los candidatos democráticos no repitan la oprobiosa faena de querer despedazarse a mordiscos por las candidaturas, odiándose, porque si eso sucede, el poder cruceño, que equilibra a fin de cuentas a esta Bolivia averiada, desaparecerá.
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