La espada en la palabra
Tristemente, y para preocupación no solo de las autoridades sino además de los ciudadanos conscientes y responsables, los niveles de las represas que abastecen de agua a las zonas urbanas están reduciendo de una manera alarmante. Según algunos expertos en el tema, esto se debe al llamado fenómeno de La Niña, que consiste, en palabras sencillas, en el debilitamiento de la corriente de chorro y en las temperaturas frías que se registran en algunas zonas del planeta. Como sea, en palabras más sencillas aún, lo que estamos viviendo es un retraso en el ciclo pluvial.
En 2016 ya vivimos un dramático momento que fue fruto de la sequía. El miedo y su consecuente cambio de conducta duraron poco en nosotros, como lamentablemente suelen durar en estos lugares las cosas que de verdad importan. Hoy, cuando uno alza la vista, ve un cielo cerúleo, casi transparente, como el de los días del más pleno invierno. Y ve un sol rutilante que no tiene nubes que lo obstruyan. Evidentemente, ello debería llamar la atención de una sociedad culta. Y debería llamar la atención de las autoridades que legislan y gestionan la cosa pública. Sobre este tema, pues, debiera estarse polemizando y debatiendo, antes —¡mucho antes!— que sobre homenajes y símbolos patrios y banderas que se ponen en los actos protocolares y oficiales…
No se necesita ser muy experto en el asunto para deducir que este fenómeno del cambio en el ciclo de las lluvias y de una eventual escases de agua, se debe a los chaqueos indiscriminados y a la tala de árboles sin contemplación, para no hablar de la polución y la suciedad de las calles. Se trata de un problema estructural, sin duda, que tiene que ver también con el modo de explotación de los recursos naturales y con las economías rudimentarias. Entonces, la búsqueda y la ejecución de soluciones que sean amigables con el medioambiente podrían dar frutos solamente a largo plazo. Eso sí, lo que se puede hacer desde ahora, es comenzar a hacer un uso austero y razonable del agua.
Dado que la implementación de políticas públicas de concienciación popular es algo que solamente daría fruto a largo plazo, lo que podría (y debería) hacerse es limitar, bajo presión, el uso del agua. Si se incrementara su precio, las personas, por una cuestión lógica, reducirían su uso. Ya no dejarían corriendo la pila del fregadero mientras se habla por teléfono, ni lavarían sus coches con litros y litros del líquido elemento, como si otras personas (las del Chaco, por ejemplo) lo tuvieran también en raudales. Los gobernantes deben poner un freno al uso desmedido e irracional del agua, so pena de atravesar una sequía en medio de la pandemia.
Los organismos internacionales, comenzando por la ONU, deberían comenzar a trabajar en políticas públicas para incentivar a los gobiernos a hacer un uso racional y medido del agua.
Lo último que debe tocarse en este texto es lo referente al derecho al agua. Partiendo de la premisa de que todo derecho debe ser gratuito, en lo tocante al agua lo que debe ser reconocido como derecho debe ser el “acceso” y no el agua como tal. Este concepto es importante ya que supone que los seres humanos no pueden derrochar sin reparar en que tal derroche supone la carencia de agua para otras personas. Pero lo que sí debe estar garantizado para todos, es el acceso al líquido elemento.
Repito: la única manera de frenar desde ahora mismo el gasto dispendioso de agua, es subiendo su precio. Esta propuesta daría pie a un debate inmenso, pues podrían saltar los izquierdistas diciendo que esta medida atentaría contra las clases pobres, pero creo que es la única vía funcional para detener un problema que se va agravando con el paso del tiempo.
Ignacio Vera de Rada es profesor universitario.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |