Marcelo Miranda Loayza
La palabra adviento viene del latín «adventus», que significa venida o llegada y es usada para invitar a los fieles a que permanezcan en espera del Señor. Adviento es el tiempo de espera, pero su real significado ha ido cambiando con el paso de los años, inicia cuatro semanas antes de la Navidad, por ello muchos ligan este tiempo con la llegada de los aguinaldos, las comidas tradicionales de la época, la decoración de casas y avenidas con lucecitas y adornos. Es también sinónimo de tristezas por la falta de algún ser querido, también va ligado a las vacaciones de fin de año y por sobre todo a los famosos regalos navideños, pero ¿es esto lo que realmente esperamos?
Hace más de 2.500 años el profeta Isaías señalaba que una doncella quedaría encinta, la cual daría un hijo varón, que llevaría el nombre de Emmanuel, que significa Dios con nosotros (Isaías 7:14). Con el nacimiento de Jesús esta promesa se cumplió, por ende, la espera terminó en la encarnación del Hijo de Dios.
Dos mil y pico años después volvemos a seguir en espera, pero ¿en espera de qué?, los medios de comunicación han ido mellando el verdadero sentido del adviento, poco a poco los iconos y símbolos mediáticos propios de la época pusieron de lado y hasta en el olvido la figura prometida por Dios en la boca del profeta Isaías, dejando así de ser una conmemoración espiritual y de Fe, para convertirse en una fiesta de regalos, bailes y champán. Es por este motivo que el adviento, esta espera, ya no llena la expectativa del corazón humano, vivimos con la misma angustia que hace 2.500 años, cuando el profeta Isaías profetizaba la llegada del Mesías prometido de Dios, seguimos esperando a ese Mesías que de un plumazo cambie todo lo malo y borre todos los sufrimientos e injusticias.
Adviento es el tiempo de espera, eso sí, pero también tiene que ser sin duda alguna un tiempo de cambio, de solidaridad, de trabajo por la igualdad y la justicia, de la compasión y de la acción por los más necesitados. Eso es y debe ser el adviento; no hay que olvidar que la promesa de Dios ya se plasmó en la persona de Jesucristo, por lo tanto el Creador ya cumplió con su parte. Se dio a sí mismo en Jesús, se hizo uno de nosotros, para después sacrificarse por nuestra salvación, ahora es nuestro turno de responder a ese amor incondicional, ¿y como lo hacemos?, pues aunque suene simple, es muy complicado, se le responde con amor, ese amor que no se calla y que no puede permanecer inerte e inmóvil, sino más bien que nos motiva, nos lleva y nos obliga a cambiar las injusticias y las desigualdades, aunque en el proceso muchas veces se ponga la propia vida en juego, ese amor que cambia realidades, que no busca reconocimiento y se sacrifica a sí mismo.
Es justamente ese amor de adviento que nos llama a esperar, claro que sí, pero también nos obliga a empezar a actuar, sin perder la Fe en el pronto regreso de Jesús, esperándolo con la acción que nos motiva ese amor, sin miedo a darlo todo, incluyendo la vida misma.
Adviento es espera, eso sí, pero mientras esperamos con el corazón, empecemos a actuar con el Amor, dejando de lado lo temporal, para poner la mente fija en lo importante y trascendente. Solo así en este tiempo dejaremos de lamentarnos por las injusticias, sufrimientos y las desigualdades de nuestra sociedad, para convertirse en tiempo de amor y solidaridad, ambos contestatarios y firmes ante las miserias humanas.
Marcelo Miranda Loayza es
Teólogo y Bloguero.
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