Ante situaciones especiales que se presentan, casi siempre está a flor de labios la frase: “El mundo está loco”; pero, no es verdad, porque el mundo siempre es cuerdo y consciente de lo que piensa, siente y hace su población que, en todo caso, cuenta con dos tipos o calidad de personas: los que obran con amor, conciencia y certeza de lo que tiene y hace porque es el terruño en que nació y al que se debe y honra; la otra parte, donde abundan los miserables que son aquellos que sólo obran y piensan conforme a sus conveniencias e intereses, los que sólo tienen como mira alcanzar el poder, poseer dinero y obrar festinatoria e irresponsablemente, los que utilizan a la humanidad como medio para alcanzar y hacer realidad sus ambiciones, su maldad y lo que satisfaga su soberbia; un grupo muy grande de los que sacrifican a los demás y no trepidan ante nada para alcanzar sus propósitos, así sea sacrificando a lo mejor de la humanidad.
Debido a estos extremos, identificados hoy como el coronavirus y la corrupción, la humanidad vive sacrificada sufriendo una pandemia que nadie sospecha siquiera cuándo terminará; un mal al que se agrega el comportamiento de quienes son corruptos y tienen el alma y los sentimientos en condiciones miserables, y miserable es quien, en el fondo de su ser, es desdichado e infeliz, mezquino, perverso, abyecto y canalla, porque quien aprovecha y vive causando la desgracia de los demás es digno amigo y compañero de cualquier pandemia que causa dolor y muertes en la humanidad.
Actualmente, tal como imperan males en la humanidad, hay que reconocer la presencia de dos pandemias: la que nos ataca y afecta causando muertes por miles y que está latente en el mundo desde hace más o menos un año y que es el coronavirus; la otra pandemia, la corrupción que, se puede decir desde siempre, ataca al ser humano y lo sume en los pantanos de lo que es atacar la vida y derechos de la población en que habita, destruye principios y valores muchas veces forjados con mucho esfuerzo y hasta sacrificios; la corrupción es, pues, la pandemia de la que no podemos liberarnos por esfuerzos que se haga, es la que sume en las hogueras del mal a hombres que, conservando sus virtudes y no cayendo bajo los tentáculos de la corrupción, podrían dar mucho a la humanidad y hacerla más digna, próspera y saludable porque ella, intrínsecamente, es fuente de virtudes siempre propensas a convertirse en valores y principios y que en muchos casos la corrupción no deja expeditos caminos para que todo sea realidad en favor y honra de la humanidad.
Para muchas sociedades, atacadas por las dos pandemias –coronavirus y corrupción— se hace difícil vencerlas porque ambas se mantienen aliadas y directamente o no viven y actúan sólidamente maniatadas entre sí. Por ello, es deber de todos los gobiernos de todos los Estados, conjuntamente sus poblaciones, luchar ardua e inclementemente contra ambos males, sin cuartel de ninguna clase y sin mengua de esfuerzos anteponiendo virtudes, valores y principios y haciendo que las conductas sean humanas, solidarias, fraternas y armoniosas entre todos los componentes de los pueblos sean de la nacionalidad que sean sin distinciones de ninguna clase.
Es urgente que gobiernos y pueblos tomen conciencia sobre los males que causan ambas pandemias y enfrentarlas es un deber general que debe ser cumplido eficaz y decisivamente sin mengua alguna; de otro modo, el peligro de aumentar ambos males puede adquirir límites inimaginables en perjuicio de todos los pueblos y, lo más grave, extenderse y ampliarse por generaciones sin límite de tiempo.
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